(2) Etapa segunda: JACA – ARRÉS o PUENTE LA REINA DE JACA (Camino aragonés)

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El Camino gira hacia occidente al igual que el río Aragón, que en su curso ha socavado la depresión que forma el corredor del Canal de Berdún. Al contrario de la jornada anterior, el terreno que vamos a encontrar es casi siempre llano, cultivado con cereales, y con escaso arbolado. Al sur del recorrido están la Peña Oroel y la sierra de San Juan de la Peña.

‘Guía práctica del peregrino’

JOSE MARÍA ANGUITA JAÉN

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Para salir de Jaca se toma el paseo de la Constitución y, una vez atravesados los jardines, el Camino se encauza por el Camino del Monte Pano o de Morocones, que discurre junto a una urbanización. Al llegar al cementerio, a 2 km, aparece la carretera N-240, por la que se avanza unos metros, y después se continúa por una cabañera paralela. Se cruza el río Gas (a 1’5 km) y al pasar una fábrica de materiales de construcción, a nuestra izquierda sale el camino que lleva a San Juan de la Peña. Poco después se atraviesa una chopera (Casa del Municionero), a la derecha de la N-240, y un antiguo campamento militar. Se cruza a la izquierda 1 km después. Se vadea el barranco de Atarés, para regresar a la carretera general por la de Atarés (3 km). Un camino que continúa paralelo asciende entre robles y pinos y desciende hasta la antigua de San Juan de la Peña por la que se da unos pasos y se deja por un camino que surge a la derecha. Tras otro barranco, se continúa por la parte trasera de un hotel (la antigua Venta de Esculabolsas). Después de cruzar la carretera nueva, se avanza hasta la carretera de Binacua, por donde regresa el camino de San Juan de la Peña. Se sigue hasta que aparece a la derecha un camino entre matorrales y campos de cultivo. Para entrar en Santa Cilia (a 3 km del hotel), se atraviesa la carretera. En el km 302 una señal indica una senda hacia el albergue de Arrés, que evita una curva de la carretera pero que regresa a ella en el km 303. Desde allí se ve Puente la Reina de Jaca, hacia donde se accede girando a la derecha y atravesando el puente. Antes hay dos opciones:

A) Se puede continuar desde puente la Reina por la N-240 hacia Berdún y después proseguir por la margen derecha del embalse de Yesa las dos siguientes etapas. Pero esta opción no es aconsejable para los caminantes, por falta de albergues, de señalización y por transcurrir por asfalto.

B) Esta opción continuará por la margen izquierda del embalse. Antes de cruzar el puente se prosigue hasta Arrés (a 3’5 km) tomando el desvío y caminando un trecho por él hasta tomar un estrecho sendero que surge en una curva, y que asciende por el monte, entre matorrales, entre los que predomina el boj.

* NOTA PARA CICLISTAS:

El recorrido de la etapa es bastante practicable. Antes de entrar en Puente la Reina hay que elegir entre seguir hacia Arrés, el itinerario más aconsejable para los caminantes, pero peor acondicionado para los ciclistas, o ir a Puente la Reina y desde allí continuar hacia Berdún, siempre por la carretera nacional de Pamplona.

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De: PeregrinaRosina

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24 Respuestas a “(2) Etapa segunda: JACA – ARRÉS o PUENTE LA REINA DE JACA (Camino aragonés)

  1. SANTA CRUZ DE LA SERÓS

    Hotel Aragón. Carretera N-240, km 295. Teléf. 974 377 122. 44 plazas. 39/32 euros hab. doble.
    Desayuno : 3,75 euros. Comida y cena: 11 euros.


    SANTA CILIA DE JACA

    Albergue Municipal: Calle del Sol, 8. 20 plazas, cocina y sala de estar. Abierto todo el año. Teléfono: 974 377 063

    Hotel El Bosque. Carretera N-240, km 300 Teléfo 974 377 351. 18 plazas. Habitación doble: 45/ 36 euros.

    Camping de primera Pirineos. Carretera N-240, km 300. Teléf. 974 377 351. Con 720 plazas.


    PUENTE LA REINA DE JACA

    Hostal Del Carmen. Carretera N-240, Km 285. Teléf: 974 377 005. Con 60 plazas. Y un precio por la habitación doble de 36/33 euros. Desayuno: 4,75 euros. Comida o cena, 11,5 euros.

    Mesón Anaya. Carretera Nacional 240, km 303. Teléfono 974 377 194

    Mesón de la Reina. Carretera Tarragona San Sebastián. Teléfono: 974 377 004


    ARRÉS

    El albergue donde la Federación de Asocioaciones del Camino ha rehabilitado una bonita casa de piedra. Ofrecen 20 plazas, cocina, baño y mucha hospitalidad.

    MEDIOS DE TRANSPORTE.

    El grupo Alosa realiza líneas regulares a Pamplona desde Jaca, pasando por la Venta de Esculabolsas. Santa Cilia de Jaca y Puente la Reina de Jaca.

    SERVICIOS

    En esta etapa sólo se pasa por un hotel antes de cruzar hacia Santa Cilia de Jaca, que dispone de algún servicio. En Puente la Reina de Jaca se puede encontrar más servicios. Y en Arrés un pequeño asentamiento que en los últimos años está reviviendo, sólo existe un bar.
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    A la salida de Jaca, se ofrece al peregrino una interesante variante al trazado más recto del Camino. Se trata de un desvío a la izquierda, conocido como ‘Camino de Monte Pano’ o ‘Camino de San Juan de la Peña’, que conduce directamente a este gran Monumento Nacional, el monasterio de San Juan de la Peña. Aunque se ha afirmado que no tuvo ninguna relación con las peregrinaciones a Santiago, hay algunos documentos y tradiciones que niegan este extremo. Entre ellas, la conocida aunque por desgracia indocumentada peregrinación compostelana de san Francisco de Asís (1213). Cuentan las tradiciones de la Orden Franciscana que el santo, después de pasar por Jaca, se dirigió a San Juan de la Peña, cuyos monjes le regalaron un solar que poseían en Jaca para que erigiera su convento. Lo que sí está documentado es que, pocos años después de la muerte del santo de Asís, sus correligionarios pedían limosna para terminar la iglesia de Jaca.

    Aparte de san Francisco, serían también muchos peregrinos que harían su desvío a San Juan de la Peña, donde se guardaban reliquias gloriosas como los restos del varón apostólico Indalecio o un pretendido cáliz del que se sirvió Jesús en la celebración de la Última Cena, el ‘Santo Grial’ que tanto juego ha dado a la literatura, la música y el cine. desde el Parsifal de Wolfram von Eschembach. Aparte de las milagrosas reliquias, los peregrinos sabían perfectamente que en San Juan de la Peña habitaba una comunidad de benedictinos, cuya regla les obligaba a la hospitalidad con los forasteros y necesitados.

    Según las crónicas monasteriales, San Juan de la Peña nació como refugio de los hermanos Voto y Félix, que huyeron de Zaragoza tras caer su ciudad en manos de los musulmanes. Tres siglos más tarde, en el lugar en que los hermanos habían erigido su eremitorio, el rey navarro Sancho III el Mayor instala a una comunidad cluniacense y el santuario es consagrado con el nombre de San Juan de la Peña, posible herencia de advocación de la cercana ermita de San Juan de Atarés. San Juan de la peña se convierte en el puente por el que los cluniacenses inician la imposición del rito romano en España y es el lugar en el que, en 1071, por primera vez en la Península la vieja liturgia mozárabe es sustituida por la gregoriana-romana.

    El impresionante conjunto arquitectónico de San Juan de la La Peña se divide en dos partes, situadas en dos niveles. En el inferior, se conserva la iglesia de época mozárabe, datada del s.X y la sala de los concilios. En el nivel superior, la iglesia románica, el panteón de los reyes de Aragón y, sobre todo, el claustro al aire libre, sólo protegido por la Peña que da nombre al santuario, en cuyos capiteles, de calidad notable, se representan escenas de la vida de Cristo.

    En el mismo desvío de San Juan de la Peña, más adelante, se encuentra, en Santa Cruz de Serós, otro Monumento Nacional, la iglesia de Santa María de la Serós. Esta iglesia románica formó parte de un monasterio femenino, vinculado al de San Juan de la Peña, por lo que sus ocupantes eran conocidas como las hermanas de San Juan.

    Posiblemente de este apelativo aplicado a las monjas procede el topónimo Serós (sorores — *sero [r]es — serós).

    El monasterio vivió sus mejores momentos, al igual que los casos de Jaca y San Juan de la Peña, en el último cuarto del s. XI. En 1070, doña Sancha Ramírez, hija del primer rey aragonés Ramiro I, ingresó en el monasterio tras enviudar su marido, el conde de Urgel, uniéndose de este modo a sus dos hermanas Urraca y Teresa, que lo habían hecho con anterioridad. Las donaciones de Doña Sancha, cuyo sepulcro hemos visto al pasar por Jaca, enriquecieron notablemente a la comunidad, y permitieron la construccion de la iglesia, un templo de planta rectangular dividido en tres naves y culminado por un ábside semicircular, cuya arquitectura y estatutaria presenta grandes afinidades con las de la Catedral de Jaca y de San Juan de la Peña.

    Al igual que en el caso de Santa María, la pequeña iglesia de San Caprasio es lo único que queda del antiguo complejo monástico.

    También construida en la última parte del S.XI, llama la atención su advocación al obispo de Agen, Caprasio, personaje vinculado a una de las devociones más importantes del Camino, la de la Virgen Fe (Sainte Foi), cuyas reliquias se veneraban en Conques.

    Desde Santa Cruz, se vuelve de nuevo, pasando por Binacua, al itinerario más recto. Allí, desde la salida de Jaca y hasta la primera población, Santa Cilia, el Camino encuentra como mayor recuerdo peregrinal la Venta Esculabolsas, lugar de proverbial mal trato de los peregrinos y demás viajeros, cuyas bolsas allí eran vaciadas por sus hospederos.

    Puente la Reina de Jaca corresponde a la estación que en la guía del Liber sancti Iacobi recibe el nombre de Osturit, mientras que en otros documentos de la época lo llaman Asturito. Se trata de un lugar estratégico, donde convergen la via principal de la ruta aragonesa con otra menor que había cruzado el Pirineo por el Puerto de Palo. Aparte de esta posición privilegiada, fue también, según los documentos, una ‘senda regia’. Efectivamente, perteneció al rey Alfonso I de Aragón, que se la había comprado a su madre, la reina Felicia. Posteriormente, por donación del rey Alfonso, el lugar pasó a depender de San Juan de la Peña. Estas razones justifican que Osturit-Puente la Reina de Jaca merezca ser considerado entre las estaciones jacobeas que aparecen en la guía. El cambio del antiguo nombre por el actual, debido al puente sobre el río Aragón, no sabemos de qué época es.

    A la salida de esta población, se presentan dos opciones: la primera coincide con la carretera, y es la que recorrió el autor de la guía del Liber Sancti Iacobi, y otra que discurre paralela. El final de nuestra etapa se sitúa precisamente en la primera población de esta segunda variante, Arrés.


  2. Castiello de Jaca-Puente la Reina

    27,6 kilómetros – 6,45 horas


    La cuna de Aragón

    El Camino de Santiago, a partir de Jaca, gira a poniente. La sierra de San Juan de la Peña, con su espectacular cabeza rocosa, Oroel (1.769 metros), visible claramente desde Castíello, cierra el paso al sur. El curso del río Aragón marca la vía de salida del recorrido hacía Navarra. Tampoco tiene otra dirección hacía donde ir, encajonado como va en el amplío valle.

    Una excursión

    El monasterio de San Juan de la Peña, cuyo origen se remonta al siglo IX, ha quedado fuera de la ruta jacobea.

    El desvyo supone dar un rodeo de cinco horas.

    En los tiempos en que se iniciaban las peregrinaciones, Aragón era Jaca y poco más. Las serranías de San Juan de la Peña y Santa Cruz, que se extienden horizontalmente a escasos kilómetros hacia él sur, marcaban el límite de moros y cristianos, después de los descalabrados sufridos por las tropas musulmanas en esta zona. Su inseguridad llegó a ser tal que, estando en el valle del río Aragón, creyeron que llegaba el ejército franco, cuando se trataba de unas mujeres disfrazadas que se asomaron al borde de la meseta donde se asienta Jaca.

    Con la vía expedita de invasores, los peregrinos podían avanzar sin peligro por todo el territorio aragonés, sobre todo por esta zona norte, amparada por montañas a ambos lados. Hay indicios de que también bajaban directamente a Puente la Reina, sin necesidad de pasar por Jaca, a través del va ¡le de Hecho, después de haber cruzado las cumbres pirenaicas por el puerto del Palo; pero la gran corriente comenzó a pasar por la antigua capital.

    Desde esta ciudad había una derivación de la ruta hacia el monasterio de San Juan de la Peña, cuyo origen se remonta al siglo IX, pero actualmente se encuentra fuera del Camino, ya que su visita, al pie de la sierra -está construido en una inmensa oquedad de la roca-, supone un rodeo de más de cinco horas.

    La ruta se fue abriendo paso directamente hacia Navarra, con quien Aragón compartió monarca hasta 1134, lo que facilitó aún más el entendimiento a lo largo del recorrido.

    Jaca permaneció ajena a todas las vicisitudes de la futura Corona de Aragón porque continuó siendo la ciudad más importante e influyente, gracias al Camino de Santiago, incluso después de cederla capitalidad a Huesca. El incesante paso de peregrinos le proporcionaba una vida intensísima y rica en todo tipo de actividades diversas. Huesca, en cambio, quedaba demasiado apartada, al otro lado de la sierra, para beneficiarse de los movimientos que, procedentes de reinos lejanos, recalaban en Jaca antes que en ningún otro sitio.

    La grandeza de esta ciudad quedó puesta de manifiesto al ser allí precisamente donde los nobles decidieron dar a Ramiro II el trono que había dejado vacante su hermano Alfonso I el Batallador y que significó la separación definitiva de Navarra.

    Jaca, ahora, sigue caminando a través de la ruta milenaria. Su aislamiento -a un lado los Pirineos y al otro la sierra de San Juan de la Peña- dota a esta ciudad, pequeña en estatura pero grande en historia, de una personalidad a cuya formación contribuyó durante siglos el paso del Camino de Santiago.

    Sobre la meseta

    A la llegada a jaca, dos señalizaciones invitan a seguir al peregrino por rutas distintas. Más rural es la de la derecha, desde donde se aprecia prácticamente todo lo que queda de etapa. La visión que se ofrece es la de la fotografía. El Camino, asomado a la vega del río Aragón y rodeando la ciudad, transcurre por el paseo de la Cantera, en el interior del parque, durante un kilómetro, al borde de la meseta en la que se asienta jaca. Esta vía desemboca en una carretera, todavía dentro del casco urbano, que hay que seguir en dirección a Puente de San Miguel. a los 300 metros traza una curva; de frente, pasada una barandilla, sale una pista que sigue la dirección del valle. Sobre ella, a los veinte minutos aparece un gran almacén. La carretera va por la izquierda, por donde llega la otra vía. Desde allí, la ruta sigue junto a los montes de San Juan de la Peña, por el valle del Aragón, que deja a la derecha la sierra de Leire y, a la izquierda, la de Peña Musera. Más adelante, el valle queda inundado por el embalse de Yesa.

  3. A unos diez kilómetros de Jaca, donde se unfican la carreta del peregrino motorizado y el camino de jacobípeta, parte a la izquierda el sendero que conduce a San Juan de la Peña y a la Cruz de Serós, donde aún se mantiene parte del monasterio que en el siglo X fundó Sancho Garcés según unos, o Ramiro I, según otros, para descanso de sus tres hijas Sancha, Teresa y Urraca. De las tres hermanas (soror) puede derivar el extraño nombre del monasterio.

    En el tímpano de su pórtico puede contemplarse un tosco crismón de ocho radios ente dos leones. Uno de ellos pisa una flor de doce pétalos, signo místico de la cruz. En medio de su ábside románico hay una columna, rematada por dos capiteles arbóreos invertidos, que emerge del fondo de una extraña pila bautismal en la que el agua bendita parece alimentar el fosilizado árbol de la vida.

    En el interior del templo, sobre la bóveda octogonal, hay una sala coronada por una cúpula semiesférica que ha permanecido oculta durante siglos y a la que sólo podía accederse a través de una escala lanzada desde arriba. ¿Qué ocultaba la extraña galería en lo alto de la bóveda? Fue descubierta hace pocos años y, hoy, puede alcanzarse desde el coro. Pero sigue sin desvelar los misterios y secretos que ha guardado durante siglos ni la razón del ocultismo de su construcción, que algunos atribuyen al afán de protección y aislamiento de la comunidad alojada en este habitáculo superior.

    El sendero continúa hacia San Juan de la Peña, uno de los lugares más esotéricos del Camino de Santiago. Es un antiguo cenobio benito con numerosos elementos mágicos e incrustraciones bajo una gigantesca montaña de piedra que la corona a modo de inmenso tejado. Dice la tradición que en el monte Pano se cobijaron indígenas del canal de Berdún y refugiados del Ebro huidos de los ataques de Abderramán I hacia el 780 y dos de estos refugiados, los hermanos Voto y Felicio, encontraron los restos del santo que ha dado nombre al templo.

    El monasterio emerge de la caverna sobre las ruinas de una antigua fortaleza ibérica erigida en honor al antiguo dios Pano, de quien procede probablemente el nombre de Peña más que de la pétrea configuración del lugar. En su interior se aprecia fácilmente la fuerza telúrica que lo envuelve y las especiales vibraciones que emite, acaso proyectadas por la roca. Vale la pena detenerse a contemplar los treinta y dos arcos del claustro y la gigantesca roca como techumbre. En el Panteón de Nobles se conserva la mayor colección de crismones del mundo y el Panteón de los reyes fue el primero que agrupó los restos de los monarcas navarros y aragoneses, la mayoría trasladados luego a Nájera. A la entrada del claustro, una leyenda: ‘Porta per hac caeli fit per via cuique fideli si studead fideli iungere iussa Dei’ (La puerta del cielo se abre, por ésta, a cualquier fiel si una la fe a los mandamientos de Dios)

    El santo que aquí se venera probablemente es San Juan de Atarés, cuyo cuerpo incorrupto descubrieron al cabo de los años Voto y Felicio. Ambos decidieron instalarse en el lugar a custodiar los milagrosos restos. A su muerte fueron relevados por otros dos hermanos, Benedicto y Marthelo, que levantaron a mediados del siglo IX el monasterio en cuyo ábside central dice la leyenda se custodió durante años el Santo Grial, traído de Jerusalén por los freires templarios y desaparecido misteriosamente. El abad Sancho de Arenzana mandó traer desde Almería los cuerpos de san Jaime y san Indalecio para enterrarlos en este lugar. Los astrólogos subrayan su dualidad marcada por el signo de Géminis -los hermanos- y materializada, al igual que Somport, en la doble personalidad de sus custodios hermanados. Del Santo Grial volveremos a oír hablar a lo largo del Camino siempre en lugares escarpados y de difícil acceso como éste.

    Según la tradición, la estancia en San Juan de la Peña del sagrado recipiente rescatado por Parsifal se produce a través de San Juan de Suso, quien la recibe de manos del obispo de Jaca don Sancho en 1706, quien lo había recibido, a su vez, de mnanos del abad de Leyre. El santo abandonó su sede eclesial para refugiarse con el Grial en su cenobio donde permanecerá custodiándolo hasta 1399 en que el rey Martín el Humano ordenó trasladarlo a Zaragoza donde vuelve a perderse su pista.

    De vuelta al Camino en dirección hacia Puente la Reina, el itinerario bordea el canal de Berdún, que nada tiene que ver con la ciudad francesa del mismo nombre y bélicas connotaciones. Se pasa por Tiermes y se cruza el río Aragón a la altura de Yesa bordeando la sierra de Errando. El pantano de Yesa ha cubierto el trazado del primitivo Camino Jacobeo y el actual continúa paralelo y pegado a la carretera. Tiermes, hoy casi abandonado, tuvo antiguamente termas romanas, de las que el Codex dice ‘hay baños reales, cuyas aguas están siempre calientes’ y de las que probablemente proceda su nombre.

    Entretanto, se pueden reponer fuerzas con unos hinojos al estilo de Los Fayos, planta umbelífera a la que los griegos llamaron marathon y que Plinio aconsejaba para curar enfermedades oculares. En Inglaterra era muy utilizada en el siglo XVI para elaborar el ‘sack’, bebida medieval de consumo popular. La forma de cocinar esta hierba en Los Fayos bordea lo imposible aunque luego, en el plato, aparente un simple revuelto de huevos con hinojos limpios y hervidos rehogados con chorizo y jamón antes de mezclarse con el huevo. Es plato tradicional en el día de Martes Santo y no es fácil encontrarlo lejos de Jaca y de los Fayos, Pequeña población colgada en las estribaciones del Moncayo donde otrora hubo un monasterio benedictino en el que dicen vivió san Atilano, obispo de Zaragoza.

    Si los fríos infernales o las destemplanzas otoñales azuzan el organismo, conviene probar lomo de cerdo con boliches, unas alubias blancas que se cultivan exclusivamente en Embún y alrededores, muy cerca de Jaca al oeste del río Aragón. Es un guiso de carne de cerdo regada con vino y cocida al horno que se acompaña con las alubias cocidas con cebolla, tocino y chorizo. Los estómagos más delicados pueden deleitarse con un plato de lentejas al estilo del Alto Aragón, guisadas con cebolla,setas, puerros, tomate, huesos de jamón y morcillas.

    El labriego de esta región está habituado a platos invariables: el cocido tradicional, las bachocas o alubias, el habarroz o guiso de arroz con habas, ajos y tocino. O la clásica coladilla, pepitoria de menudillos de ave y entrañas que ayuda a combatir los frios del duro invierno pirenaico.

    Si el peregrino tiene la suerte de encontrar en el Camino la bradores o pastores aragoneses a la hora del almuerzo, podrá compartir con ellos estos platos ancestrales y renovar la sangre regándose con los buenos caldos de Cariñena, Lumpiaque o Lécera, ricos en tanino que se beben a gargallo o en bota con buenos chaparrazos como dice la copla:

    De convidarme a comer
    haslo como en Aragón:
    güen ternasco, güenas magras
    y güen vino en el porrón.

    Y después de un buen almuerzo o cena, una copa de pacharán, industrial o casero. Es un licor hecho del fruto del endrino, bayas que aquí llaman arañones y en otros lugares endrinas de áspero sabor, maceradas en aguardiente probablemente a la abundancia de estas bayas se deba el antiguo nombre de Arañones de la actual Canfranc, donde otrora abundó esta Prunus Spinosa hoy casi desaparecida.

    ’El Camino de Santiago: Arte y Misterio’
    Mª EMILIA GONZÁLEZ SEVILLA

  4. Ni el pueblo de Santa Cruz de la Serós ni el monasterio de San Juan de la Peña se encuentran, propiamente hablando, en el Camino de Santiago. Muchos peregrinos y viajeros toman el breve desvío que, a la salida de Jaca, conduce a ellos. El lector me agradecerá que le recomiende con entusiasmo la visita porque la iglesia de Santa Cruz, la minúscula capilla lombarda de San Caprasio y, sobre todo, el monasterio de San Juan están entre los más bellos monumentos románicos que yo haya visto. Su origen es legendario. Dicen las crónicas que a mediados del siglo VIII un joven cazador llamado Voto, natural de Zaragoza, fue a practicar la caza del ciervo en el monte Pano, el lugar donde hoy se encuentra el monasterio de San Juan de la Peña. Cabalgaba el joven persiguiendo al animal cuando éste se despeñó. Su caballo estuvo a punto de caer también en el precipicio, pero él se encomendó a San Juan Bautista y el animal quedó clavado en el suelo al borde del abismo. Se asegura que allí están todavía las huellas de sus herraduras.

    Voto bajó entonces por tortuosos caminos al lugar donde el ciervo había caído y encontró en el fondo de una cueva una pequeña iglesia dedicada al Bautista junto al cuerpo muerto de un anacoreta. En la piedra, donde el cadáver reposaba la cabeza, había una inscripción que decía que, en vida, se llamó Juan y era vecino del pueblo de Atares. Voto sepultó el cuerpo y volvió a Zaragoza donde persuadió a su hermano Félix de que dejara el mundo y se retirara con él a aquel lugar. Así lo hicieron y, al poco tiempo, acudieron allí otros eremitas deseosos de pasar su vida en oración. De esta manera nació el monasterio de San Juan de la Peña. Y no faltan los que afirman que aquel templo, edificado bajo la mole de piedra del monte Pano, fue el lugar donde se concentraron no sólo los monjes sino también los guerreros que habían de iniciar la Reconquista del reino de Aragón.

    Con San Juan de la Peña se relaciona el Santo Grial que es el vaso de la Última Cena y también el cáliz en el cual José de Arimatea recogió la sangre de Cristo cuando fue clavado en la cruz. No es obra humana sino que adornaba la frente de Luzbel, cuando éste cayó al abismo por haber desobedecido a Dios. Durante mucho tiempo, el cáliz estuvo en San Juan de la Peña pero, hasta llegar allí, recorrió un largo camino. Parece ser que el apóstol san Pedro lo llevó consigo a Roma y cuando, en el siglo III, el diácono Lorenzo, que luego sería mártir, fue el encargado de guardar los bienes de la Iglesia, lo envió a España con un soldado para que no cayese en manos de los paganos. En Huesca, de donde Lorenzo era natural, guardaron el cáliz en una ermita de nombre Loreto. Luego fue construida para custodiarlo la catedral oscense de San Pedro el Viejo. De allí pasó a San Pedro de Siresa, a San Adrián de Sasave, y a la catedral de Jaca que, según algunos, había sido edificada precisamente para guardar el Santo Grial. En el año 1076 se trasladó a San Juan de la Peña donde se guardó durante tres siglos en un arcón de marfil. En aquel tiempo se creía que quien miraba el Grial con ojos de pureza tenía la seguridad de no morir en la siguiente semana.

    Quizá por esta razón, el rey Martín el Humano quiso llevarse el Grial y se lo cambió a los monjes de San Juan por un caliz de oro. En 1399 estaba en el palacio zaragozano de La Aljafería y en 1410 , en la catedral de Barcelona. En 1424, el rey de Aragón Alfonso el Magnánimo entregó el Santo Grial a la catedral de Valencia, donde hasta hoy se venera.

    ‘Ultreia’
    LUIS CARANDELL

  5. Jaca-Arres 04.03.03:

    Tuvimos la suerte de que amaneciera un día maravilloso de luz y de sol. Las cumbres de los Pirineos nevadas en la lejanía eran de una belleza extraordinaria. Había una gran visibilidad. Al poco de salir
    tuvimos la gran suerte de ver a grandes nubes de garzas camino del norte. Fué impresionante oirlas, verlas reunirse en el cielo, elevarse con las térmicas hasta alcanzar la altura suficiente para sobrepasar
    los Pirineos y enfilar en enormes uves el vuelo hacia Europa. Si os quereis acercar a San Juan de la Peña y a la Cruz de Serós tendreis que desviaros y hay un montón de kilómetros. Entre subir y bajar vais a alargar la etapa unos 20 km. El problema es que la subida es muy dura. Tened en cuenta que el monasterio es una visita guiada de 1/2 hora y que cierran a las 14h y vuelven a abrir a las 16h pero
    solo hasta las 17h. Lo bueno es que pOdeis ir a dormir a Santa Cilia de Jaca, en donde acaban de abrir un refugio (no consta en ninguna guía) Si le echas valor y te llegas a Arres, el último trozo lo haces
    por una senda (es la GR.65.3) de jabalíes muy bonita pero exigente sino estás en muy buena forma. La aparición del pueblo es repentina y de gran belleza. El refugio está muy bien aunque cuando nosotros
    pasamos hacía un frío impresionante (muchísimo más dentro que fuera de él) Yo dormí vestido y con tres mantas y me costó mucho quitarme el frio. La hospitalera es una húngara joven y encantadora, Virag. Te prepara cena y desayuno, ya que no hay servicios en el pueblo. Se paga la voluntad.

  6. 8 de Abril
    2ª Etapa

    Levanto a todos a las 6,30 y les digo que como esta lloviendo, tendremos que ponernos las polainas y los chubasqueros.

    Rosa viene a que le enseñe a ponerse las polainas, pues nunca las ha utilizado, y Enrique a que le revise las suyas, a ver si están bien puestas, cuando les doy el visto bueno a todos, salimos del albergue a buscar un bar donde poder desayunar, y comprar botellas de agua, recorremos toda Jaca, y no encontramos ningún bar abierto, por lo cual iniciamos el camino, con la esperanza de comer algo en el primer lugar que encontremos.

    Como esta lloviendo el camino esta horrible, el barro se pega en las botas, y cada bota te da la sensación de que pesa 5 kilos, Juan Antonio se ha vuelto loco haciendo fotografías, considera que los paisajes que se ven son maravillosos, por eso los fotografía para luego poderlos pintar, pues parece ser que la pintura, es otra de sus profundas aficiones, Juan Antonio me dice, que yo valla abriendo marcha y el cerrando, así podrá sacar fotografías sin retrasar al grupo.

    Lo pasamos muy mal, pues no encontramos ningún sitio donde comer algo, y lo que mas necesitamos es agua, pues tampoco hemos encontrado ninguna fuente, y estamos deshidratados, cuando llegamos al mirador de Coriracena, paramos para que nos comamos algo de chocolate, para recuperar fuerzas, este chocolate le podemos tomar gracias a Rosa, pues ha traído un cargamento tremendo, para que nos lo comamos entre todos.

    Mientras saboreamos el chocolate, miramos el maravilloso paisaje que se ve, unos pinares enormes, y el río Aragón con un gran caudal de agua, serpenteando entre los pinos, seguimos adelante y al final, después de haber andado 15,6 Km., llegamos al pueblo de Santa Cilia de Jaca.

    Yo voy en cabeza del grupo, corriendo como un galgo en busca del agua, y de algo consistente, y me encuentro con que el único bar del pueblo (que además es tienda de comestibles) esta cerrado, abren a las 13,30 y ahora son las 12.

    Llamo al timbre de una casa privada y sale una mujer, a la que le cuento nuestro problema con el agua, y le pido por favor, que me llene la botella de agua, para calmar nuestra sed, no solamente nos llena dos veces la botella, además nos cuenta que en la panadería, venden unas tortas maravillosas, con un sabor estupendo, y por si fuera poca su amabilidad, nos regala una botella de vino, para que nos la bebamos con las tortas, Juan Antonio no puede contenerse, y le da un beso de agradecimiento y le saca una fotografía, para tener un recuerdo de tan maravillosa mujer.

    Vamos a la panadería a comprar unas tortas, nos vamos a una pequeñita plaza, con una fuente preciosa, y nos recuperamos con las tortas y el vino, tengo que clamar muy alto, que tanto las tortas como el vino estaban maravillosos.

    Seguimos la marcha y 4 Km. mas tarde, vemos un restaurante junto a la carretera llamado Centro de Vacaciones Pirineo, paso y le pregunto al camarero, si tienen menú para peregrinos, me dice que si, y cuando se me ocurre preguntarle el precio, y me contesta que 20 €, me entran ganas de decirle que ese precio, no es para peregrinos, es para obispos.

    Como nos quedan 2,5 Km para llegar a Puente la Reina de Jaca, decidimos seguir adelante a ver que encontramos.

    Enrique y yo comentamos, que en vez de parar en Puente la Reina de Jaca, como quedarían 4 Km. para llegar a Arrés, seria mas interesante continuar y terminar la etapa, pero como Rosa tenia sed y le apetecía una cerveza, decidimos parar y refrescarnos.

    Como yo siempre voy en cabeza, soy el primero en pasar al bar, pido una cerveza, entro al comedor donde están comiendo varios obreros, me gusta lo que veo, y como Juan veo que esta un poco en baja forma, decido que nos quedemos aquí a comer, pues me gusta la comida y el sitio, y además Juan tendrá tiempo para recuperarse, y podrá terminar bien la etapa.

    La comida nos ha parecido estupenda, y hemos conseguido todo lo que yo quería, iniciamos el ultimo trozo de 4 Km. para llegar a Arrés, donde nos quedaremos a dormir, unos vecinos del pueblo nos aconsejan, que no vallamos por el camino del monte, pues a consecuencia del barro esta temible, es mejor que lo hagamos por la carretera aunque es un poco mas largo, nos cansaremos menos.

    Cuando ya nos queda poco, y vemos a lo lejos a Arrés, es una vista preciosa, hay que subir una cuesta algo larga, y con un desnivel del 30 % para llegar al pueblo.

    Arrés es un pueblo prácticamente abandonado, lo primero que ves, es un pueblo en lo alto de una colina, y destacando sobre el cielo, las casas, la iglesia, sin nada detrás que difumine su visión, te da la sensación de que estas dentro de un cuento.

    En el albergue de Arrés están como hospitaleros Lidia y Miguel, son voluntarios y no cobran nada por su trabajo, todos los días preparan cena y desayuno, para todos los peregrinos que quieran participar, por la litera para dormir y por la alimentación no cobran nada, cada peregrino hace el donativo que quiera, y con este donativo ellos preparan la alimentación, de los peregrinos que vendrán al día siguiente.

    Miguel ha llevado a Rosa, Juan, Enrique y Juan Antonio a ver la iglesia, pues tiene la llave, todos han venido contentísimos, pues les ha parecido preciosa.

    La cena ha sido estupenda, no por lo que hemos comido, pero si por el ambiente que había entre todos los peregrinos, como solo quedaba libre una litera, se la damos a Rosa, y para que pudiéramos dormir nosotros cuatro, Miguel no pone unas colchonetas en la buhardilla, justo debajo de las tejas, tenemos las vigas del techo, a medio metro sobre nuestras cabezas, pero a pesar de todo hemos dormido perfectamente.

    El problema del sitio ha sido provocado, por que hay un grupo de 24 peregrinos de Barcelona, que van con un Microbus de apoyo, van andando con las manos en los bolsillos, se cansan bastante menos que nadie, y llegan a los albergues antes que los demás peregrinos, pero contra eso no se puede hacer nada, hay que soportarlo.

    En esta etapa hemos andado 29 Kms

  7. 12 kms.
    29 de mayo de 2007

    A las diez de la noche todos estamos acostados y nadie parece decidirse a levantarse para apagar las luces. A las diez y media se apagan por fin. A las once suena mi móvil con su característica musiquilla de cachondeo. Intento por todos los medios apagarlo pero en la oscuridad y sin las gafas no doy con la tecla, se activa y oigo a Alejandro que me llama, le digo en voz baja que estoy en el albergue durmiendo, espero que entienda y corte la llamada, pero continúa hablando y se oye en toda la habitación, meto el móvil debajo del colchón intentando apagar el sonido pero no hay manera, la voz de Alejandro me llega a través del colchón. Una vez pasado el mal rato me levanto y desde un balcón de los aseos llamo a Alejandro. Hablo en voz baja por si acaso y le pongo al día del camino.

    De vuelta a la cama intento dormir de costado, pues boca arriba ronco como una sierra contra un tronco. No sé que tiene la cama que hace que acabe boca arriba, cuando me despierto porque soy consciente que estoy roncando vuelvo a tomar la posición de costado, pero cuando no, el vecino del espolón en el cerebro toca con sus nudillos la tabla de cama para llamarme la atención: toc toc. Y así toda la noche. Por la mañana considero que si el del espolón no hubiera dormido la siesta hubiera tenido un sueño más profundo. La próxima vez que se compre unos tapones o que se meta el bordón por el culo. En la medida de mis posibilidades procuro evitar los albergues y coger alguna pensión o algún hotel. Afortunadamente no volví a verlo más.

    En las bajaditas voy a paso de tortuga, como viene siendo habitual este año y los dos anteriores, en llano no voy mal y subiendo bastante bien. Debe ser la posición del pie dentro de la bota al pisar según la inclinación del terreno.

    El camino va muchas veces junto a la carretera, por fuera del inexistente arcén y todo el tiempo expuesto al tráfico.

    Cuando llego a las casas del campamento militar abandonado descubro que no lo está del todo. Hacia mí viene un pelotón de infantería. Me los cruzo en el punto que abandonan el sendero y se van metiendo entre los árboles y las hierbas altas que crecen junto a ellos, en dirección al río Aragón. Al final del poblado otro grupo de infantes monta una tienda enorme. Uno de ellos con los brazos extendidos sobre su cabeza sujeta dos extremos de tubo que intenta encajar sin lograrlo. Otro a su lado le dice que lo meta con suavidad, que con suavidad y cariño todo entra. El comentario va más dirigido a una infante que al que está intentado acoplar los tubos de la tienda.

    Intento andar con normalidad para que no se me note que tengo los pies hechos polvo. El legado del primer día, la bajada desde Somport, me está pasando factura y los gemelos y muslos me duelen una barbaridad. Las bajadas las hago pasito a pasito. El camino sube primero para hacer una corta bajada hasta el hotel Aragón, pero muy inclinada. Debo tardar al menos media hora en bajar y me tengo que parar a quitarme las botas un par de veces. Es el segundo año consecutivo que paso por aquí y este año lo recuerdo peor que el anterior. Y como no hay dos sin tres, el año que viene prometo volver – con el amigo Salvador- para ver si consigo vencer sin dolor este tramo del camino de Santiago. A pocos metros del alto me adelanta un alemán y me pregunta si voy bien. Le digo que sí. ¿Qué le iba a decir, que no? ¿que me llevase a cuestas? Este mismo alemán, el día anterior en el albergue de Jaca, discutía con la hospitalera por una toalla. El alemán no entendía por qué tenía que pagar por una toalla para secarse si no quería comprarla. No sé cómo acabó el asunto de la toalla. En el alto me lo encontré de nuevo, junto al cartel que describe las vistas, sacando un montón de ropa mojada y colocándola sobre el cartel, luego la escurría, se ve que pesaba bastante en la mochila. Como me veía renquear me ofrece compeed, yo declino el ofrecimiento y lo invito a un cigarro que fumamos entendiéndonos como buenamente podemos. Al final lo dejo con su ropa y comienzo la bajada. Un cuarto de hora después en mitad de la baja me pasa como una moto, no andaba, corría, iba detrás de una española cuadrada que también corría en la bajada. Justo en la terminación de la bajada me salgo del camino y salto el quitamiedos de la carretera para dirigirme al hotel, ya que el camino pasa por detrás del hotel y para llegar a él habría que seguir adelante unos cientos de metros y luego retroceder por la carretera.

    Un café primero, una cerveza después y decido quedarme para no forzar más mis piernas y que mañana sea un día razonablemente bueno.

    Hotel Aragón – Puente la Reina de Jaca

    11,5 kms.
    30 de mayo de 2007

    A las 8 y media estoy dispuesto para comenzar pero tengo que esperar que aparezca alguien del hotel para pagar. Me tomo un café cortado y comienzo a andar a las 9. El camino tiene ligeras subidas y bajadas, pero a pesar del dolor de piernas voy bien. Lo que no consiga una buena cama y un buen descanso no lo consigue nada. Cuando llevo andado unos dos kilómetros y llegando al final de una subida veo dos cachorros que me dan muy mala espina, aparecen y desaparecen en el horizonte del final de la subida. Me detengo, no parecen cachorros de perros, más bien parecen…. me doy la vuelta. Ando hacia el hotel Aragón un kilómetro y corto entre los sembrados en dirección a la carretera. Son tres kilómetros por carretera sin arcén y con mucho tráfico. Cuando viene algún camión tengo que salir a los sembrados y esperar que pase. Terrible. Cuando estoy a la altura del lugar en el que me di la vuelta veo un montón de ovejas pastando, algunos perros y… algunos cachorros de perro. Pero bueno, uno se pone a pensar, un camino solitario, primavera, epoca de cría de los cachorros…, y una pregunta: ¿hay lobos en esta zona? Respuesta: Ni pajolera idea. Otra pregunta: Si son cachorros de lobo ¿andará la madre muy lejos? Respuesta: Me voy por si acaso.

    Una vez en Santa Cilia de Jaca, pueblo donde los servicios son inexistentes, a parte del albergue, muy bueno, por cierto, y posiblemente un bar, como seguramente estaría cerrado no me aventuro a buscarlo aunque ya son las once de la mañana. Me siento un rato en un banco junto al peregrino de hierro y sigo andando. Al pasar por una casa me sobresalta por la derecha un perro que comienza a ladrarme con saña, es negro como el diablo y seguro que ese es su nombre y tiene un cabezón de cuidado, vamos que te da un mordisco y no te suelta hasta Santiago, intento acelerar el paso para dejarlo atrás pero me sigue sin dejar de ladrar, tentando estoy de parar y darle un bastonazo, pero puede más el miedo que el valor y sigo andando, a cien metros se cansa y deja de seguirme, pero sigue ladrando. Renqueando llego a Puente la Reina de Jaca y el dolor de pies continúa. Me acerco al hotel y está cerrado. Decido irme a Pamplona, el autobús pasa a 14:00, un vecino que me reconoce de Santa Cilia se ofrece a llevarme a Arrés, me lo pienso un par de veces pero le digo que no, el año pasado estuvo bien la estancia en el albergue de Arrés, con su cena comunitaria y tal.

    Coge un autobús y ya el Camino cambia a Navarra…es decir que abandona el Camino aragonés.

  8. Domingo, 21/5/06
    16, 17, 18 ó puede que hasta 19 kms.

    A las 7:15 estábamos andando. Todo iba bien hasta que apareció un riachuelo que teníamos que cruzar. Este año no haría lo mismo que el año pasado que me iba quedando con las ganas de quitarme las zapatillas y mojar los pies, por culpa de la ansiedad albergueril. Me quité las botas, los calcetines y crucé el riachuelo, qué bien, qué fresquita estaba el agua. Me volví a calzar y me dí la vuelta. Alejandro seguía al otro lado, recorriendo la otra orilla arriba y abajo, sondeando con su bastón la profundidad del riachuelo.

    – Quítate las botas y pasa descalzo.
    – No quiero mojarme los pies.

    Cuando estaba a punto de desesperarme decido cruzar de piedra en piedra, cosa que Alejandro por su discapacidad no puede hacer sin darse un remojón de cuerpo entero, y cogiendo su mochila vuelvo a cruzar. Pensé en hacer lo mismo con él, pero lo reconsideré pues veía que ambos podíamos terminar en el agua sin remedio. Ni más arriba ni más abajo había un lugar apropiado para que Alejandro pasara. Y para más INRI se le enganchó el bastón telescópico en unas ramas y lo dobló. Pasó horas y horas intentando ponerlo derecho. Por fin se decidió y se descalzó. Como lo veía titubear en el agua saqué mi cámara, que en gloria esté, y lo seguí presto por si se caía al agua. Ya sé que no está bien, pero, y después, con el tiempo, lo que nos hubiéramos reído recordándolo. Afortunadamente, cruzó sin mayor problema. Se secó los pies y continuamos. Pasamos por detrás del hotel Aragón y volvimos atrás para llegar a él. Desayunamos durante un buen rato, mientras otros clientes ya degustaban chuletas de cordero acompañados de su buena jarra de vino. Luego nos pusimos en marcha y llegamos a Santa Cilia de Jaca, desechando la idea original de llegar a Santa Cruz de la Serós para hacer, por la tarde, una visita a San Juan de la Peña.

    En esta etapa comenzó a ocurrirme lo mismo que en 2002, que también llevaba unas botas de treking. Un dolor constante en los dedos de los piés. Cosa que no me ocurrió el año pasado con las zapatillas que llevaba.

    Santa Cilia de Jaca no tiene servicios de ninguna clase. Esto es, para comer, para comprar, bueno sí, un bar. Y el hotel Aragón, a dos kilómetros, en el cual habíamos desayunado. Alejandro llamó a un número de un taxi, pero no contestaba. Lo veíamos muy crudo, pues era domingo. Nos juntamos con Jordi y Juan, catalanes de Barcelona, y según creí entender jubilados anticipadamente. Nos fuimos los cuatro al bar, donde nos dijeron que no servían comidas, pero nos hicieron cuatro bocadillos que acompañamos con aceitunas y jarras de cerveza.

    Por la tarde Alejandro logró contactar con el taxi, y nos llevó al Monasterio de San Juan de la Peña. A la vuelta nos dejó en el hotel Aragón donde cenamos. Juan y yo compartimos un chuletón descomunal, pobre vaca. El taxi nos devolvió al albergue cuando ya estaba cerrando. Pasé una mala noche, no sé si sería el fantasma de la vaca.

    Lunes, 22/5/06
    10 kms.

    Mis cervicales y yo no nos llevamos bien. Basta con dormir mal para que las cervicales digan: «Aquí estoy yo». Y si no desaparece el dolor acabo padeciendo dolor de cabeza. Así que como pasé mala noche me levanté con dolor de cabeza. La guía decía que Puente la Reina (de Huesca) tenía todos los servicios. Pero el bar en el que entramos a desayunar aparecía completamente desangelado. La farmacia a la que me acerqué para que me dieran algo para el dolor de cabeza seguía cerrada a las 10:30 horas. La panadería donde se acercó Alejandro a comprar pan estaba en el quinto coño, y además se trajo una empanada de atún, craso error como supimos más tarde.

    Alejandro al verme tan mohíno se compadeció de mí y sacó su gel blanco y amarillo, Voltarén, y me lo ofreció. Me di una friega por los hombros y el cuello y diez minutos más tarde todos mis padecimientos desaparecieron.

    En la gasolinera compramos bebidas isotónicas y una tortilla de patatas, de esas que ya abundan en todas partes.

    En un desvío el camino se hacía dos. A la izquierda por el monte y a la derecha por carretera. Como Alejandro no veía claro el camino del monte por los posibles obstáculos que pudiera haber tiró por la carretera. Yo me convertí en cabra y comencé a subir. Cuando llegué arriba del todo divisé a Alejandro allá abajo, siguiendo la carretera que se acercaba al monte. Lo llamé por teléfono pero no contestó, así que le saqué una foto. En la foto sólo se ve la carretera, ni siquiera se le intuye.

    Arrés es un pueblo de 14 habitantes, la mitad de las casas derruidas y la otra mitad en rehabilitación. Linda y Marian, dos alemanas encantadoras, llevaban el albergue. Me ofrecieron un té helado mientras me tomaban nota y me sellaban, que me levantó el espíritu, aunque no supiera a té. Cuando llegó Alejandro nos acomodamos, nos duchamos y Linda nos dio de comer lentejas y nosotros aportamos la tortilla de patatas que habíamos traído. Más tarde comenzaron a llegar otros peregrinos. Jordi, Juan, un arquitecto jesuíta de México y su guía navarro. Un par de parejas de franceses, un inglés, un matrimonio de Sestao.

    Antes de cenar fui a echarme un rato en mi litera, pero descubro el suelo lleno de migas de pan, las sigo y descubro que debajo de la litera de Alejandro están todas las demás migas. Los gatos se habían comido la empanada de atún que Alejandro había dejado debajo de la cama. ¿Qué íbamos a cenar si nos daban en la cena sólo una triste ensalada? Error. Nos ubicamos todos los peregrinos en las dos mesas que tenía el comedor, presidida aquella por Mirian y la nuestra por Linda. No se me vaya a olvidar, muy bien por la Asociación de hospitales peregrinos «José María Nekane», que abunden más en todo el camino.

    Y comenzó la cena: de entrante unas ensaladas que pensé no podríamos acabarla ni el doble de gente de las que estábamos. De primero lentejas, otra vez, pensé yo. Y, ahora, el postre ¿no? No. De segundo macarrones, menos mal que no llevaba cinturón porque de haber sido así hubiera tenido que hacerle un par de agujeros más. Entre plato y plato nos íbamos presentando y contando un poco de nuestra vida y si era la primera vez que hacíamos el camino o no. Para acabar un postre especial, yo no pude y salí a fumarme un cigarro. A la vuelta me encontré con una sorpresa: los hospitaleros hacen la comida, los peregrinos lavan los platos. Así que me puse a lavar platos. No problem.

    Para no molestar a los demás peregrinos, nos dijeron que no nos levantáramos antes de las 6:30 horas. Aunque las puertas permanecían abiertas toda la noche.

    A la 6:30 horas ya estaba todo el mundo levantado. Unos desayunamos, otros no. Le di un beso de despedida a Linda. Una mujer mayor muy alta, de la cual me apenó mucho despedirme. Le costaba horrores hablar español y cuando era incapaz de expresar lo que quería decir se enfadaba consigo misma en alemán. ¡Un beso muy fuerte allá donde estés, Linda!
    ¿Cómo puede ser que en apenas unas horas se establezcan estos tipos de afectos que en nuestra vida cotidiana se desarrollan en días o meses o incluso años? Los que habéis hecho el camino de Santiago ya sabéis la respuesta.

  9. DIA 29/4/2001

    Salimos en tren desde Madrid, estación de Chamartín a las 14,45 y llegamos a Jaca a las 21,50.

    Ibamos nerviosos pensando que quizás seriamos los dos únicos peregrinos que en esas fechas y desde un punto como Jaca, saldrían camino de Santiago de Compostela.

    Al dejar el tren en Jaca, en la misma estación nos encontramos con dos peregrinos que tambíen venian desde Madrid para comenzar el camino en Jaca como nosotros.

    Fuimos los cuatro buscando el albergue de peregrinos y nos acercamos a un señor que pasaba por la calle para preguntarle por su ubicación. La cosa empezó muy bien. Este señor no se conformó con indicarnos el camino para llegar, sí no que nos acompañó hasta la misma puerta del albergue. Después de agradecer a esta buena persona su amabilidad (el trayecto que nos acompañó fue bastante largo)entramos en el refugio de peregrinos y nos quedamos gratamente sorprendidos, ya que éste era muy bueno, con calefacción, nada de literas y el donativo consistía en 700 ptas. Salimos a cenar algo ligero dado lo tarde de la noche y el albergue tenía que cerrar. Extendimos nuestros sacos en las camas y a dormir para estar descansados en nuestro primer día del camino hacía una meta deseada desde hacía mucho tiempo.

    Esa noche en el albergue dormimos más de 20 peregrinos, que salvo los cuatro españoles, los demás venian de paises europeos.

    30.4.2001

    Nos levantamos a las 7 de la mañana y nos encontramos con que llovía torrencialmente. Nos equipamos con nuestras capas y salimos del albergue buscando donde desayunar. El encuentro fue rápido. Al lado de la catedral desayunamos en un bar abierto y a continuación fuimos a visitar la catedral y ver su magnífico pórtico.

    Después de haber rezado pidiendo protección a Dios en las jornadas venideras, salimos a iniciar el camino bajo un aguacero impresionante.

    La salida de Jaca no está muy bien señalizada, de manera que a unos 2 kms. nos metimos en un camino equivocado y después de caminar como 1,5 km. nos tuvimos que volver para localizar el camino correcto. En nuestro camino de regreso encontramos de frente a un matrimonio alemán que tambien se habian confundido. Les infomamos de esta circunstancia y los cuatro deshicimos lo andado.

    En el km 14 paramos a desayunar un bocadillo de jamón ibérico con queso y el pan caliente, que nos devolvió las fuerzas gastadas. En este punto quisimos subir en autocar para visitar el monasterio de San Juan de la Peña, pero nos informaron que tal servicio no existía, no obstante de habernos informado en Jaca que allí mismo existia dicho servicio de autocar.

    Desistimos de nuestra visita al monasterio y seguimos la marcha.

    El camino estaba lleno de agua, había auténticas lagunas y en algunos puntos parecía que caminábamos por entre campos de arrozales. En un determinado punto, el camino se cortó ya que lo cruzaba un auténtico rio y tuvimos que retroceder para poder buscar otro sitio de paso.

    Por fin a las 12,30 llegamos a Santa Cilia de Jaca y a las 13,30 terminó nuestra primera etapa en Puente La Reina de Jaca.

  10. Día 4 de octubre de 2001
    23,5-24 km.

    Nos despertamos tarde (9:30) y salimos a las 11:30 de Jaca por la calle Mayor hasta el final de la plaza o Parque de la Constitución y girando a la izquierda vemos el camino.

    Un poco pesado por la falta de pueblos, pero agradable y variado hasta Santa Cilia.

    A mitad de camino, en unos cuarteles (al parecer) abandonados, un grupo de militares preparándose con sus cremas y su cetme para una instrucción de combate. También atravesamos varias veces el río, vamos por carretera, por cabañera, caminos con un poco de barro y piedras sueltas y, sobre todo, con alguna subida corta.

    Al llegar a Santa Cilia, lado derecho de la carretera, serían las 14:30, nos paramos en una fuentecilla para hidratarnos y recargar las botellas de agua. Descansamos en un banco pegado a ésta y a los 15 minutos continuamos el trayecto hacia Puente la Reina, haciendose éste más corto. Entramos en Puente la Reina y descansamos en una parada de autobús al lado del Hostal Aragón, tomándonos una buena Coca-cola, porque el día estaba siendo bastante caluroso. Por cierto, antes de atravesar el puente sobre el río Aragón, fijarse que de frente está la señal que indica la dirección de Arrés, Huesca, y sobre todo la del camino del sur, pues es un poco dudoso y pueden irse hacia Berdún por la N-240 dirección Pamplona, y si atravesamos el puente (ojo). Nosotros caímos en la emboscada y anduvimos 20 minutos (ida/vuelta) hasta preguntar a unas señoras que iban paseando.

    Giramos a tiempo y continuamos dirección Huesca por camino de piedrecitas preparado para el peregrino; anduvimos alrededor de 30 minutos hasta el desvío al lado derecho de la carretera y poco antes de una curva; hay unos pilares de madera y en el muro de piedra a mano izquierda una flecha amarilla y también en amarillo «Albergue. Arrés». Está asfaltado y a unos 200 m. poco más el pequeño sendero a mano izquierda con marcas del GR y flechas amarillas (este sendero es un poco duro pero merece la pena por su flora y sus vistas; además, según el hospitalero de Arrés, es más corto que por el camino asfaltado) y sin dejar de comentar la fuerte subida por el camino asfaltado llegamos a las 18:15 al albergue.

    Se puede estar mucho antes y allí estaba el hospitalero, un señor mayor con su pelo blanco y su bigote largo y con rizo, muy simpático, algo bromista y con ese glamour de los franceses, pues él es francés, de Lourdes, y se llama algo así como Ivean. Nos enseñó las habitaciones. Por cierto, de 4 a 6 literas por habitación en el subsuelo, baños en el sótano, dos impecables, cocina y sala de estar en la primera planta. La verdad, un albergue muy bonito, estilo rústico, rural-montañoso, de piedra-madera, y aunque por ser recién inaugurado carece de calefacción o chimenea, agua caliente… es muy cálido y acogedor.

    Fue una tarde muy agradable, por cierto se paga por ahora la voluntad y con lo que los peregrinos dejan el hospitalero prepara desayunos y cenas a los siguientes visitantes. Curioso, ¿verdad? Dependerá del hospitalero voluntario que se encuentre en ese momento para que la cena y el desayuno sea más o menos exquisito. Pero, eso sí, todo muy casero, tampoco hay un precio establecido. Al salir del albergue se deja lo que se crea conveniente.

    El señor Ivean nos enseñó la aldea y nos comentó que sólo había 11 habitantes (6 son de una misma familia), no hay bares, ni siquiera panadería ni teléfono, ni cajero… sólo casas y algunas en rehabilitación, pero tienen restos de un castillo y de una iglesia pequeñita pero muy bonita y con historia en su interior, pues el hospitalero nos abrió la iglesia e hizo uso de su saber Historia, pues es profesor de Historia y Geografía, pero antes nos llevó a un mirador que tiene el pueblo, donde el mismo hospitalero nos dijo que es el lugar donde mejores vistas hay de toda España. E incluso nos comentó que con binoculares podíamos ver en un día despejado el monasterio de Leyre. Por desgracia, a esas horas había una fina capa de niebla que nos impidió ver el monasterio.

    De repente, llegó otro peregrino de Madrid llamado Pablo. Majo. Él empezó de Jaca y sólo iba a hacer un trozo, para que podáis ver que en estas fechas es perfecto por la poca gente que hay en caso de querer soledad y una cama al llegar a los albergues. También es cierto que por el Camino Aragonés no hay demasiada gente durante el año, alrededor de 50 a 70 personas por día y en pleno verano.

    Después de ver la iglesia regresamos al albergue e Ivean se puso a cocinar. Nos empezamos la cena a las 20:30 acabando a las 21:40, pues entre plato y plato nos contaba anécdotas de peregrinos y de su vida. La cena se basó en una buena sopa de verdura, una ensalada de tomate y pepino, un buen paté de pato traído de Francia por su esposa, pan de Puente la Reina y unos espaguetis con cebolla, tomate, ajo, 2 huevos y unos (?) de bacon, y para terminar una buena infusión o café.

    Ya después ordenamos la cocina y nos limitamos a prepararnos para dormir.

  11. Etapa 1 Jaca – Arrés. (12/8/2001).

    Me levanté a las 6:30, había pasado una noche horrible por el ruido del pub que está al lado del hotel, pero el cansancio me permitió dormir.

    Después de ducharme y terminar de meter todo en la mochila voy al albergue a buscar a Mariano, cuando llego allí son las 7 menos 10. Tomamos un te en la cocina del albergue y a las 7 salimos.

    La salida de Jaca es bastante pesada, son los primeros metros que realizamos con la mochila y en principio no parece que me vaya a molestar en exceso. Se recorre por el lado derecho la carretera N-134 por un sendero muy bien marcado, no hay perdida posible pues el Camino está perfectamente marcado por flechas amarillas. Mariano tiene importantes molestias en el pie y la mochila que lleva es con armadura metálica, bastante incómoda. No puedo marcar el ritmo que a mí me gustaría llevar pues cada vez que hay una bajada su pie sufre.

    A la altura de la carretera que va a Santa Cruz de los Serós el pie de Mariano está muy mal y decidimos desayunar en el Hotel Aragón. Después de curar el pie y de desayunar continuamos por la carretera hasta Santa Cilia de Jaca. Aquí Mariano decide coger un autobús hasta Puente la Reina de Jaca para no forzar el pie. Yo busco un bar en Santa Cilia para desayunar. Allí aparte de sellar la credencial y de comerme un bocadillo de chorizo y una coca cola, veo a los maños del jamón con los que almuerzo y continuo el camino hasta Puente la Reina. Cuando salimos de Santa Cilia se empieza a notar el calor (11:30). El ritmo es mucho más vivo que él de Mariano y la conversación es amena. El Camino continua paralelo a la carretera pasando por un camping (que se aprovechó para tomar una cerveza). En tres kilómetros más se llega al puente de Puente la Reina, este pueblo no son más que cuatro casas con dos hoteles, un bar y una gasolinera. Aquí me estaba esperando Mariano que ya había comido cuando llegue. Eso mismo hice yo. A las 16:00 salimos de Puente la Reina, los maños quisieron bañarse y luego comer. Después de volver a cruzar el puente se toma una carretera a la derecha que a cosa de 1 km. marca un sendero que lleva a Arrés. Este sendero no está muy bien desbrozado y los pinchazos son múltiples. Al principio tiene una subida que se salva con facilidad y luego simplemente se llanea. Hay otra opción por la carretera, pero parece mucho más fatigosa. Mariano no hacía más que quejarse de su pie y cada vez que tenía que realizar una bajada por pequeña que fuera se quejaba. Estos 5 km. hasta Arrés se hacen largos por la hora en la que se realizó. Aquí llego a la conclusión que las mejores horas para andar es temprano pues luego no hay quién lo aguante.

    En Arrés nos esperaba un refugio que se estaba inaugurando, compuesto por dos habitaciones de 10 camas cada una de ellas (5 literas), un servicio con una ducha que muestra la roca sobre la que está construido el refugio y una cocina. El pago es voluntario y los hospitaleros te dan de comer y de cenar pues no hay restaurante ni tienda donde comprar víveres. La recepción fue excelente.

    Por la tarde, después de descansar un rato Mariano me presentó a Julio, Mavi (María Victoria) y a Carmen que los había conocido el día antes en el albergue de Jaca. Julio y Mavi son matrimonio y viven en Cuenca, aunque el alardea de ser de Aragón. Él ha recorrido varias veces el Camino pero es la primera que hace el aragonés, para ella es la primera vez. Carmen es de Mallorca, está casada y tiene dos niños, ha decido realizar una parte del Camino en solitario, tal vez una búsqueda de independencia. Fue una conversación muy agradable con una cerveza en la mano pues el bar ( establo del pueblo) abrió a las siete de la tarde. Por la noche los hospitaleros nos dieron de comer paella y ensalada que había sobrado de la comida. Los hospitaleros son una pareja con un hijo, él es de Bilbao y presume de ello (pelín fanfarrón) y ella de Valencia. En la mesa también estaba otro español que parecía tocado (llevaba de todo en la mochila y fumaba de manera convulsiva), una pareja de alemanes y un inglés con un pelo de trenzas y un gorro redondo de lana. La mesa estaba llena y estábamos en lata pero el sentir peregrino lleno la velada. Después de la cena nos enseñaron la iglesia románica recién restaurada, y nos invitaron a rezar una oración.

    Julio y yo dormimos a la intemperie en una noche magnífica y llena de estrellas fugaces (por lo menos vi 8). El saco nuevo realmente es bueno, si me metía dentro me asaba y si sacaba los brazos me achicharraban los mosquitos. La falta de costumbre de dormir en el suelo solo me permitió dormir un par de horas. De tres noches ninguna ha sido buena a la hora de dormir, dos por ruidos y una por mosquitos. Esperemos que mejore.

    Se inició a las 7 horas y se llego a las 17:15. 36.697 pasos equivalentes a 25,687 km.

  12. ¡Pero mira que ya lo advertí, que ronco mucho y muy fuerte por las noches!, y las respuestas que obtenía al ofrecer los taponcitos salvadores ya las conoceis de sobra: «jiji, jaja, no será para tanto…». Pero por lo menos puedo asegurar, amigos listeros, que tengo la conciencia tranquila, que el que no aceptó los taponcitos fue porque no quiso, o porque se había dormido una hora antes de lo previsto.

    Debido a la hora tan tardía a la cual llegamos el día anterior a Jaca, no pudimos ver la misa de peregrinos que se celebraba a las 20:00 en la Catedral de Jaca, y cuando llegamos, no quedaban fuerzas para hacer turismo por la ciudad. Este miércoles 13 de septiembre nos levantamos a las 08:00, ya que íbamos a encontrarnos con una etapa más corta que la de ayer (21 kilómetros) y totalmente llana, a excepción de un poquito de montaña sobre el kilómetro 10.
    Tras el correspondiente lavado-despertar de la mañana, me puse mis parches-tatoos favoritos (Compeed) en ambos talones (podría decir que es para ir a la moda peregrina, pero sería engañarnos: eran para las dos hermosas ampollas que continuaban en mis talones), y una vez recogida la colada y hecha la mochila, partimos en dirección a un lugar para desayunar en la misma calle Mayor de Jaca, y he de reconocer y reconozco que pecamos vilmente contra la gastronomía peregrina, ya que mi desayuno fue muy poco Jacobeo: un chocolate con quince churros y medio litro de refresco de cola (no me extraña que esté así de hermoso).

    Eran las 10:00, y tras dar un temprano placer a nuestros estómagos, nos decidimos a seguir las conchas jacobeas que hay en las aceras de Jaca y que indican la salida de la ciudad por nuestro querido Camino Aragonés. Tras seguir las conchas durante unas calles y manzanas, y antes de salir de la capital jacetana, nos encontramos con Alex y Berta (muy majos y agradables), la pareja de catalanes que nos adelantaron ayer en dos ocasiones y que habían rechazado mis taponcitos por la noche (con un resultado de no poder dormir desde las 5 de la mañana hasta que nos despertamos), y juntos, los cuatro, comenzamos a buscar la salida de Jaca.

    Una vez en el camino de tierra por el cual abandonábamos Jaca, vimos cómo dos peregrinas preferían salir por la carretera en lugar de seguir la ruta por tierra (para gustos están los colores), tras lo cual nunca más volvimos a saber de ellas. Tras caminar un ratito juntos mi hermano, Alex, Berta y yo, les dijimos que si querían acelerar e ir a su paso que lo hicieran, que por nosotros no fueran con el freno echado, y así lo hicieron. Alex y Berta, por su calzado y por su equipo (bordones metálicos y telescópicos, es decir, auténticos bastones de montaña) dejaban ver que no era la primera vez que se dedicaban a hacer caminatas. Mi hermano y yo en estos temas éramos totalmente primerizos.

    El camino discurrirá toda la jornada muy cerca y paralelo a la carretera que lleva desde Jaca hasta Pamplona, cruzándola en unas cuantas ocasiones, pero sin separase de dicha carretera. Cruzamos por primera vez la carretera y ahora la tenemos a nuestra derecha, y al rato nos encontramos a Alex y a Berta parados, ella se estaba cambiando el calzado (cambiaba sus botas de montaña por unas zapatillas de deporte), ya que había unos amagos de ampolla que la estaban molestando.
    Nosotros continuamos nuestra marcha, esperando que en cualquier momento nos adelantaran, pero no llegaban. Tras la minimontaña del kilómetro 10 llegamos a un pequeño hotel de carretera que se encontraba a unos 4 kilómetros antes de llegar a Santa Cilia de Jaca (única población entre Jaca y Puente la Reina de Jaca) donde descansamos, repostamos agua y, como no, me tomé mis tres refrescos reglamentarios además de agua y una bolsa de frutos secos junto con mi hermano (y dos chocolatinas, pero no se lo digais a nadie, ¿vale?). Mientras estábamos descansando en la terraza del restaurante del hotel, vimos como Alex y Berta nos adelantaban, pero ella empezaba a mostrar un incipiente cojear debido al principio de ampollas.

    Una vez relajado el cuerpo, sosegado el espíritu, refrescada la boca y alimentado el estómago, continuamos la marcha hasta Santa Cilia de Jaca, a la cual llegamos tras caminar 15 kilómetros y cruzar nuevamente la carretera (ahora la tenemos a nuestra izquierda), faltándonos tan sólo 6 kilómetros para el final de la etapa.
    A la entrada de Santa Cilia de Jaca nos encontramos a Alex y Berta sobre el cesped de una pequeña plaza con los pies descalzos y comiendo como personas (y no como nosotros). Unas rosquillas con agua fresquita de la fuente y unos sandwichs (¿lo habré escrito bien?). Como comprenderéis, si una humilde servidora de ustedes se toma unas rosquillas y agua fresquita de la fuente y unos sandwichs (sí, creo que es así), lo más seguro es que mi querido estómago me dijera algo así como… «Vale, tío, el aperitivo no ha estado mal, pero ¿qué me vas a dar de comer?».
    Según la guía, el único bar del pueblo es el bar Galicia, lo cual no es correcto, ya que ese bar lleva poco más de un año funcionando, y, además, ese día estaba cerrado. Pero hay otro bar que lleva 38 años funcionando y que no viene en la guía (¿quién fue el encargado de recopilar datos para la confección de esta guía?) que se llama bar Ascano, muy cerquita del anterior y con una pequeña tienda de alimentación adjunta. ¿Os cuento el menú?. Fueron dos hermosos bocadillos hechos con pan de pueblo, uno de chorizo de Pamplona, otro de queso con tomate natural untado en el pan, tres refrescos de lata, media lata de mejillones (la otra media cayó en las fauces de mi brother), además de agua fresca a mansalva. Pero lo mejor de todo fue la cálida y agradable conversación de los dos agricultores jubilados que llegaron al bar al poco de empezar a comer. Daba gusto: comida agradable, gente amigable y un camarero que era aficionado al fútbol y seguidor del Real Zaragoza (como yo), con el cual estuvimos hablando de fútbol durante un buen rato. Y mirad que yo soy aficionado al fútbol y socio del Real Zaragoza, pero esa semana no me importaba perderme el partido de UEFA (al cual tenía derecho a asistir de forma gratuita por ser socio) que el Zaragoza disputaba en La Romareda contra un equipo polaco, ya que la aventura del camino me tenía bastante enganchado (tampoco me importó perderme el Rayo Vallecano – Real Zaragoza del domingo que era retransmitido por Canal Plus. El truco es llevar una radio y hacer las dos cosas: camino y fútbol). Tras intentar arreglar el mundo futbolístico español, lo cual no conseguimos ni por asomo, y después de rematar el menú, nos despedimos de aquella gente tan agradable y continuamos nuestra marcha camino de Puente la Reina de Jaca.

    Al poco rato de salir de Santa Cilia de Jaca, cometimos un pequeño error. Nuestro camino de tierra cruzaba la carretera de derecha a izquierda, y el Camino Aragonés seguía pegado al arcén izquierdo, pero nosotros continuamos por el camino de tierra que poco a poco se iba separando de la carretera por su margen izquierda. Las sospechas vinieron cuando llevábamos un buen rato sin ver ninguna flecha amarilla, pero tampoco nos preocupaba, ya que en ningún momento perdimos la carretera de vista, y sabíamos que estábamos en la dirección correcta, aunque un poco desplazados del camino real.
    Poco más tarde nos juntamos nuevamente con la carretera y, tras pasar al lado de un camping, continuamos por el arcén izquierdo hasta llegar a Puente la Reina de Jaca, lugar al cual llegamos a las 18:15.
    Allí teníamos reservada una habitación doble en el hotel Anaya por 2.500 cada uno (precio especial de peregrino, ya que si no lo eres te cobran 5.700 por la habitación doble; es un ahorro de 700 pesetas, ¡algo es algo!, dijo uno con alopecia). En Puente la Reina de Jaca no hay albergue, y esta es la única opción, ya que el hostal Del Carmen que nombra la guía ha cerrado sus puertas al público para siempre. El albergue más cercano está actualmente en construcción, en Arres, que es una población que para llegar a ella hay que desviarse 3 kilómetros del camino.

    En el hotel, en el cual yo había reservado habitación por teléfono hacía una semana (e hice bien, porque estaba casi lleno cuando llegamos), nos encontramos a Alex y Berta, y los peores pronósticos se acababan de confirmar: a Berta le había salido una ampolla en la parte anterior de cada pie, con lo cual peligraba su continuidad en el camino hasta Burgos. Lavamos la ropa, fuimos a la farmacia y a una tienda de alimentación para repostar nuestros cuerpos serranos. También nos acercamos a una pequeña caseta de información para que nos sellaran la credencial, ya que el hotel no disponía de sello del camino.

    Esta noche tenía la tranquilidad de que no molestaría a nadie con mis ronquidos, ya que mi hermano tenía su ración de taponcitos. Nosotros estábamos en la habitación 102 y Alex y Berta en la 103. Muy fuerte debería roncar para que mis rebuznos llegaran a molestarles.Me pongo la radio para dormir y escuchar los resultados del fútbol europeo. Los primeros cinco minutos, yo escucho la radio, pero después, la radio escucha mis ronquidos. Espero no molestar a nuestro querido José María García…

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  14. ‘LA RUTA SAGRADA’ (1993)
    JUAN G. ATIENZA

    A la salida de Jaca, el Camino sigue coincidente con la carretera C-134, paralela al río Aragón, que fluye a poca distancia, hacia la derecha. Son nueve kilómetros ocupados hoy por arrabales de la ciudad y por una amplia extensión de terreno acotado por el Ejército, que nos llevan hasta una desviación a la izquierda que debemos tomar para acceder a un lugar obligado de la Ruta, aunque esté separado de ella.

    Adentrándonos cuatro kilómetros hacia la montaña llegaremos a Santa Cruz de la Serós, una aldea dominada por la presencia de dos templos. El mayor dio nombre al lugar y es lo que queda de un monasterio de monjas señero en la singladura histórica aragonesa, porque entre sus sorores -hermanas o sores- figuraron infantas de la casa real.

    El otro templo, el menor, ya se encontraba seguramente allí al ser fundado el cenobio, aunque la obra que podemos contemplar es del siglo XI; está dedicado a San Caprasio, o san Crepas, como se le nombra en el pueblo, y figura en los más antiguos documentos.

    San Caprasio es un extraño santo del olimpo cristiano, uno de esos mártires que huelen a apaño remoto para dar entrada a creencias que el cristianismo aceptó con tal de reclutar fieles en los años de expansión. En España se le veneró únicamente aquí y, según creo, en una ermita soriana de la Sierra del Almuerzo, cerca del lugar donde murieron los Siete Infantes de Lara protagonistas del poema épico castellano. El santoral, por su parte, da cuenta de dos mártires con el mismo nombre, uno de ellos procedente de Agen, de quien se dice que andaba huido por las cuevas hasta que Dios en persona le dio una prueba de que el cielo le pedía el martirio, haciendo manar milagrosamente agua de una peña. El otro Caprasio fue monje y, al parecer, ‘espejo de virtudes’; vivió en el siglo V y fue abad del monasterio de Lérins.

    La imagen del santo que preside el viejo templo lo representa vestido como un diácono y con un ramillete de espigas en la mano derecha. Su fiesta la celebran el 20 de septiembre, lo que no deja de ser significativo, pues, sobre no coincidir con la de ninguno de los dos santos de este nombre que figuran en el santoral, coincide con la víspera del equinoccio otoñal, correspondiente a las viejas celebraciones de acción de gracias a los dioses paganos por las cosechas recogidas. Tampoco conviene olvidar que, aunque hoy san Caprasio se encuentra solo en su viejo templo, hay noticia de que, hasta hace no tanto, le acompañaba en altares laterales san Miguel (el Hermes-Mercurio pesador de almas), santa Ana (la Madre-de-la-Madre), santa Bárbara (la santa que encarna una vieja tradición ocultista, de la que nacería incluso un naipe de Tarot) y santa Orosia, la legendaria mártir griálica del Alto Aragón.

    Dicen que el de San Caprasio fue parroquia del pueblo cuando las monjas ocupaban el monasterio. Y que, cuando las monjas fueron llevadas a Jaca, ya en el siglo XVI, los habitantes de Santa Cruz de la Serós sustituyeron su iglesia habitual por la del cenobio, dejándola abandonada casi como está hoy: con la sencillez casi pagana de su estructura, el semicírculo rotundo de su ábside sin ornamentos y la misma desnudez interior que hoy mismo luce. Tal vez por eso, el visitante suele quedarse poco rato en su interior y prefiere marcharse a visitar el templo de las monjas, que es cuanto queda hoy del antiguo monasterio.

    De Santa Cruz de la Serós han desaparecido muchas claves que tuvo cuando lo habitaban las monjas. Una de ellas, el sepulcro de la infanta Sancha, hija de Ramiro I, que las sorores se llevaron a Jaca cuando las trasladaron en 1555. Hoy resulta difícil de ver y más difícil aún de estudiar, son contar con que está ya fuera de un entorno que habría sido fundamental, del que cabe destacar, apenas se abre la puerta de acceso, la pila de agua bendita del atrio, de cuya copa emerge una columna rematada por un doble capitel corintio, llamando la atención sobre su paralelismo con el Árbol Sagrado.

    Las monjas de este monasterio dependían, tanto jurídica como espiritualmente, de los monjes de San Juan de la Peña. La dependencia está atestiguada por el documento de la consagración de la infanta Urraca, cuando su padre le encomienda ‘’sub potestate abbatis Sancti Iohannis”. Naturalmente, esta dependencia de las monjas, a varios kilómetros del cenobio masculino, ya se parecía muy poco a la antigua práctica de los que se llamaron monasterios dúplices, que proliferaban en época visigoda y se prolongaron en la España mozárabe.

    El origen de estos retiros mixtos está en el hábito instaurado por el hereje Prisciliano y fue seguido por otros monjes absolutamente convencidos de su ortodoxia. A ellos se retiraban familias enteras, acompañadas incluso por sus servidores, para practicar la experiencia cenobítica apartados de los núcleos de población. La misoginia paulina veía con malos ojos aquellas prácticas, que quitaban clientela al clero secular y ponían en entredicho el celibato de los que se entregaban al servicio de Dios, pero hubo que autorizarlas durante cierto tiempo, aunque imponiendo a cambio durísimas separaciones que sólo permitían la vida comunal en los oficios y, eventualmente, en los capítulos.

    Cuando Santa Cruz de la Serós fue fundado, la reforma cluniacense ya se hacía notar y, aunque no había llegado aún a imponerse en la Península, comenzaba a afectar mucho más a los monjes que a las monjas, las cuales siguieron fomentando una sutil forma lunar de culto abominada por el ritual romano, porque las monjas eran aún una reminiscencia de las viejas vestales y, aunque nunca tuvieron fuerza suficiente para liberarse de la prepotencia de los abades, si accedieron a ciertas modalidades de culto que habrían sido imposibles de concebir de no tratarse, como se trataba, de un colectivo minoritario. En Aragón, por aquel tiempo, no había más que otros dos cenobios femeninos, el de Casbas y el de Sigena.
    Aunque la iglesia monástica ha perdido buena parte de las claves que poseyó en la antigüedad, no cabe duda de que estuvo presente en ella una intención didáctica destinada a las monjas y a quienes las visitasen. La redondez rotunda del ábside central de la iglesia, en contraste con los ábsides laterales, claramente menores y de formas cuadradas, revela de inmediato la dedicación del templo a una Gran Madre cuyo culto aún habría de imponerse en la Península. Lo mismo cabe pensar ante la inscripción que ya se lee malamente en torno al lábaro de acceso del templo, pero que, según la interpretación de Jose María Quadrado, rezaría:

    JANVA SVM PRAEPES, PER ME TRANSITE FIDELES FONS EGO SVM VITAE, PLVS ME QUAM VINA SITITE VIRGINIS HOC TEMPLUM QVISQVIS PENETRARE BEATVUM. CORRIGE TE PRIMVN, VALEAS QUO POSCERE XRISTUM.

    O sea: ‘Yo soy la puerta, pasad pronto a través mío, soy la fuente de la vida, sentid más sed de mí que de vino. Bendito sea quien quiera penetrar en este templo de la Virgen. Y corrígete primero, si apeteces a Cristo’.

    El último verso, incluso separado del resto de la inscripción, viene a dar un sutil toque de ortodoxia escamoteada en los demás versos, decantados a una advocación decididamente griálica de la femineidad. Curiosamente, esta llamada al recipiente de la vida se refuerza apenas nos enfrentamos con la pila bendita de la que hacía mención más arriba. Dicen los estudiosos que esta pila fue seguramente obra tardía y que la superposición fue necesaria para mantener la altura del atrio. Sea o no cierto, los motivos inmediatos no quitan un ápice a la intención de representar un Arbor Vitae emergiendo del recipiente que contiene el agua lustral.

    La sorpresa siguiente que reserva este templo es que, visto desde su interior, no se corresponde con la altura que se aprecia al contemplarlo desde afuera. Entramos en un templo que nos parece alto y esbelto, y, al enfrentarnos con él ya dentro, lo sentimos bajo y casi atosigante. El secreto de la estructura está en una escalerilla casi secreta que se localiza en el muro norte, inaccesible a menos que nos podamos ayudar de otra escalera.

    Sus peldaños discurren por el interior del muro y nos hacen alcanzar una cámara octogonal situada sobre el ábside, abovedada, con columnas adosadas que conforman la nervadura de la cúpula. Dicen que era lugar de reunión de las monjas, pero cabría preguntarse sobre el carácter de tales reuniones, para las que se había buscado precisamente la estructura octogonal que posteriormente elegiría también la Orden del Temple para sus capítulos más discretos.

    A más claves, esta cámara posee un dintel que ha sido reconocido como el más perfecto de todo el recinto monástico. Representa, en tres tiempos, la Anunciación, tomada indistintamente de los textos sinópticos y apócrifos. En el primer tiempo, la virgen está junto a san José, que lleva una vara florida en la mano; en el segundo, el Ángel saluda a Nuestra Señora; en el tercero, le transmite el mensaje divino. Este despiece de la escena sagrada tuvo que significar motivo de meditación especialísimo, reforzado por la presencia del esposo terreno, que lógicamente tendría que haber estado ausente en aquel acto.

    Desde la cámara se accede a la primera planta del campanario, que más que tal parece torre fortificada de castillo roquero. Desde ella se alcanzaban otros recintos ya desaparecidos, lo que ha hecho suponer que pudiera tratarse de lugar de refugio para situaciones comprometidas por ataques musulmanes. Bastante improbable suposición, puesto que el monasterio se construyó cuando las razzias islámicas ya no alcanzaban aquellos pagos. Sin embargo, la presencia de recintos semejantes en otras construcciones sagradas hacen pensar en otros fines, como la necesidad de contar con un lugar apartado, incluso inaccesible, al que alguna monja pudiera retirarse para realizar prácticas ascéticas en soledad.

    .

  15. ‘LA

    RUTA SAGRADA’ (1993)
    JUAN G. ATIENZA

    Por este itinerario que hemos escogido nos encontraremos, en primer lugar, con el cenobio primitivo, que se guarece bajo el peñasco que presenta el nombre.

    Lo que podemos ver es construcción en gran parte románica: el claustro exento al que el rocallón sirve de medio tejado. Ya dentro, comprobaremos que el monasterio se divide en dos plantas. La de abajo conserva buena parte de la construcción más antigua y la iglesia vieja, de doble ábside rectangular incrustado en la roca. Lo mismo sucede en la iglesia superior, desde cuya lado del Evangelio se accede al claustro que vimos desde el exterior, en el que se encuentran las capillas llamadas de San Victorián y de los santos Voto y Félix, los legendarios fundadores.

    El mito de la fundación del monasterio nos conecta directamente con el simbolismo ancestral. Cuenta de esos dos hermanos que fueron los primeros en establecerse en aquel lugar como eremitas, después de que el primero de ellos descubriera durante una cacería el cuerpo incorrupto del anacoreta Juan de Atares. A la muerte de los dos fundadores, otros dos hermanos, benedicto y Marcelo, tomaron su relevo y conformaron el núcleo de la primera comunidad de monjes.

    Aparte el encuentro de la reliquia incorrupta del anacoreta -que apareció en circunstancias milagrosas, después de que Voto se hubiera encomendado a San Juan Bautista tras un resbalón que estuvo a punto de costarle la vida-, es significativo que toda la historia fundacional se nutra con la presencia de parejas de hermanos. Estamos, sin duda, ante una alusión al mito de los dióscuros, que ya hemos visto y seguiremos viendo a lo largo de todo el Camino. Su significado, alusivo a la igualdad de los opuestos, se encuentra presente a lo largo de toda la mitología universal, a través de parejas como Cástor y Pólux, Caín y Abel, Rómulo y Remo y hasta, en el santoral cristiano, en parejas de santos como Abdón y Senén, Gervasio y Protasio, o Cosme y Damián, los santos sanadores, cuya figura está también presente en los restos de un fresco que se encuentra en la llamada iglesia Baja de este monasterio.

    Los primeros tiempos históricos de San Juan de la Peña son descritos como difíciles, expuestos constantemente a las amenazas de las ceifas de musulmanes. Sin embargo, tampoco conviene olvidar que la situación misma del cenobio, prácticamente inaccesible, le daría una seguridad que permitiría el desarrollo de la vida comunal. La situación del monasterio y la perfecta adecuación entre el elemento natural -la roca- y la construcción llevada a cabo para adaptarla a la experiencia espiritual es, posiblemente, el primer rasgo que cabría resaltar en este lugar señero de la Ruta y del reino de Aragón.

    Pues la simbiosis entre la peña y la obra del ser humano, clave de una convivencia continuada con la tierra, hace que el recinto adopte las características de un hipogeo sagrado, colaborador activo de la identificación de los monjes con el útero terrestre en el que se albergaron. La peña, pues, está presente en el monasterio más allá de su nombre; configura los ábsides excavados en ella, protege el claustro y guarda amorosamente los restos de los miembros de la comunidad fallecidos, y hasta los de monarcas y los caballeros que se pusieron a su mágico servicio.

    Cabe que su función como lugar de enterramiento pueda definirnos mejor aquella simbiosis de lo humano con la piedra. El motivo es simple: antes de que la muerte se convirtiera en una simple barrera entre el ser y el no ser, antes de que el hecho de morir fuera sentido como una simple desaparición del mundo de los seres vivos, los seres humanos vieron en este acto un tránsito hacia lo que era esencialmente desconocido, pero lleno de promesas que habrían de cumplirse en razón directa con los merecimientos adquiridos. Importaba, sobre todo, encontrar para el cuerpo un lugar que propiciara el tránsito. Y tal lugar sólo podía localizarse en un Eje del Mundo, un enclave cuyas características lo proclamasen enlace con la otra vida: punto de contacto entre la Tierra y los Cielos; espacio impregnado de aquella trascendencia que se vislumbraba como meta gloriosa al otro lado del instante mismo de morir.

    Cuando se comprueba que los enterramientos son en San Juan de la Peña un leitmotiv, esta idea se justifica plenamente. Vemos como las tumbas surgen por todas partes; hasta se tiene la sensación de que el monasterio entero es un inmenso cementerio o varios; uno de nobles, otro de reyes, otro de monjes. Los hay en las dos iglesias, en la mozárabe de abajo y en la románica de arriba; en el claustro, llenando las paredes de inscripciones funerarias; en las capillas anejas. No creo exagerado afirmar que el monasterio constituyó, en su momento, una auténtica querencia funeraria, como si, a lo largo de siglos, una élite concreta de individuos hubiera elegido conscientemente aquel enclave como meta para su descanso eterno. Y me planteo si acaso esa predisposición no vendría precisamente condicionada por los largos años en que el Grial estuvo allí custodiado, si su condición de recipiente sagrado no sería acicate principal que hizo que tantos quisieran morir a su vera. Querría recordar también que, después de tantos lugares donde recaló la reliquia antes de llegar aquí, fue precisamente en este monasterio donde quedó custodiada bajo la advocación de san Juan, en tanto que en todos los anteriores lo estuvo bajo la de san Pedro, el primer papa, el cofundador de la iglesia de Roma, la que marca, de hecho, todas las advocaciones proclives al mantenimiento de su autoridad temporal frente a otro cristianismo, de corte esotérico, que solía camuflarse bajo las advocaciones al Discípulo Amado o el Bautista.

    El principio denominado Juan, en sus dos personalidades, es la representación de la tradición mistérica cristiana, impregnada de contenido simbólico, incluso en la fecha elegida para celebrar ambos: los solsticios de verano y de invierno, que responden a la indiscutible herencia del antiguo Jano, la divinidad de doble rostro, el dios oculto de muchos actos del ritual mistérico del mundo mediterráneo.

    Pero aún hay más indicios, puesto que Juan, asociado al Cordero Místico, surge a lo largo de la historia del Monasterio y de toda su iconología, desde la figura central del capitel del claustro que representa la Última Cena -la Cena griálica, no lo olvidemos-, apoyada su cabeza en el hombro del Salvador, hasta el curioso grabado que se editó en el siglo XVII en el que, entre dos representaciones del cenobio -el antiguo y el nuevo-, surge el Bautista con la inscripción Ecce agnus Dei, arrebatándole al mismo Jesucristo el apelativo simbólico que le había adjudicado la iglesia.

    Para la corriente juanista de la iglesia, el Cordero Místico y el Cáliz griálico representan ideogramas fundamentales: el Cordero en tanto que signo de Aries, la constelación que surge en el equinoccio de la primavera y determina la plenitud solar y su acción fertilizante sobre la Tierra; el Cáliz, hecho Grial, como receptáculo de conocimiento y de luz divina, contenedor de sangre divina sacrificada y, por eso mismo, receptáculo de la esencia vital, tal como es concebida en el contexto simbólico tradicional. Y así, entre el Cordero-víctima y el Grial-recipiente, se encuentra la Cruz-instrumento del sacrificio, convertida eventualmente en espada o en lanza, como la del centurión Longinos de los Apócrifos: la Santa Lanza, inequívoco signo del fuego divino, como sigue siéndolo la svástica (la tradicional, que no la nazi) y el laburu de la tradición vasca: sol vivificador que transmite la luz a almas ávidas de saber.
    El espíritu juanista tuvo una presencia activa en todo el proceso histórico que va marcando, desde sus orígenes, el destino y hasta el sentido de San Juan de la Peña. Ese espíritu habría de prolongarse a lo largo de toda su singladura histórica y aún se detecta en el panteón de nobles de la planta alta, donde abundan los nichos con la cruz adoptada por los caballeros aragoneses que formaron, precisamente aquí, aquella orden militar que se llamó de Caballeros de San Juan y que nada tenía en común con la de hospitalarios sanjuanistas creada en Tierra Santa a raíz de la Primera Cruzada. Esta cruz de la orden pinatense es cruz griega, unas veces pateada y otras ligeramente lobulada en los extremos de sus brazos.

    Y luce a menudo una prolongación a modo de apéndice o de mango, que sale de la parte inferior y que, curiosamente, resulta idéntica al jeroglífico egipcio AAL, que significó fuego, con el añadido evidente y no menos significativo de cuatro flores/rosas que siempre se encuentran labradas en los cuatro ángulos de la cruz.

    Un san Juan abstracto y totalizador, que no es ni el Bautista, ni el Evangelista, ni el Limosnero, ni el Mártir, sino todos ellos a la vez, símbolo puro de un ideario iniciático, sigue presente en el testero del panteón de reyes del monasterio, en una talla de un imaginero dieciochesco Carlos Salas; y hasta preside la entrada del monasterio nuevo, en la llanada que conforma la cumbre del monte Pano, y al que se trasladaron los monjes cuando el viejo cenobio fue considerado inhabitable a fuerza de siglos e incendios.

    Los santos gemelares aparecen por todo el cenobio: unas veces se les distingue y otras están casi totalmente inidentificables. Pero no son las únicas muestras del carácter iniciático del monasterio. Unas muestras que se manifiestan, entre tantas claves, en la multitud de llaves que aparecen profusamente grabadas en los muros y que se refieren a datos deliberadamente ocultos para evitar a los sempiternos pedigüeños del conocimiento. Otras veces se trata de claves avisadas, predichas. Así es la inscripción que figura en la arquivolta de la puertecilla mozárabe que comunica la iglesia superior con el claustro y que fue colocada allí aprovechando las piedras de la estructura anterior, aunque las letras son, no de la época de la puerta, sino del tiempo en que fue colocada allí:

    PORTA PER HANC COELI FIT PERVIA QVISQVE FIDELIS + SI STVDEAT FIDEI IVNGERE IVSSA DEI

    Es decir: ‘Por esta puerta, cualquier fidel (puede) graba(r) el cielo + si investiga (en) la fe (para) captar los designios de Dios’.

    La clave iniciática del cenobio pinatense, sin duda, en este claustro románico insólito, aunque ahora ha perdido al menos una parte sustancial de su mensaje. Es un claustro que pide a gritos una interpretación imposible, porque, entre otras circunstancias, la secuencia de sus capiteles quedó rota por la desaparición de muchos de ellos y el deterioro irreversible de varios más. De los 33 que constituían la obra completa quedan 20 originales, de ellos cinco muy deteriorados y al menos dos imposibles de descifrar. Sin embargo, la inscripción de la entrada deja clara la intención originaria.

    En este ángulo de este claustro, donde se une a la roca y al muro de la iglesia, se levanta la capilla de San Victorián, construida entre los años 1426 y 1443, siendo abad don Juan Marqués, promovido a este cargo por el papa Luna, que tenía en este cenobio uno de los reductos más fieles de la Península cuando ya los monarcas y el clero le habían abandonado a la suerte a la que le condenó el pleito cismático en el que estaba involucrado. Una inscripción ya ilegible de esta capilla levantó en su día sospechas de que este lugar hubiera sido construido para contener los restos mortales del papa cismático. La inscripción fue copiada cuando aún era legible, en 1638, y lo cierto es que cabría hacer dicha lectura interpretando un PER latino (per dominum benedictum papam XIII) como un PARA en lugar de como un POR. Y no es menos cierto que, aunque la capilla se levantó tras la muerte del pontífice (1423), su cuerpo fue trasladado a su villa natal de Illueca siete años después, cuando la capilla estaba en plena edificación y se labraba el suntuoso sepulcro en su interior. En aquel instante no estaba aún decidida la tumba definitiva de don Pedro de Luna. Y lo cierto es que la capilla monástica jamás llegó a albergar cuerpo alguno.

    Tras los muros del claustro, pegado a la roca sobre la que se apoya la mole del monasterio, hay un recinto trapezoidal destinado a recoger el agua almacenada que se deslizaba hasta allí desde una gárgola que queda en lo alto del claustro y que gotea incesamentemente sobre las losas. Hubo quienes llegaron a apuntar que aquello, como en la antigua China, estaba destinado a un suplicio especial para monjes que tuvieran que ser castigados, pero parece que la razón última de aquel lento trasiego del agua filtrada sería también iniciática, purificadora de las energías convergentes en el recinto claustral. En cualquier caso, sorprende que la estructura de la capilla esté basada en la cifra 5. La construcción es pentagonal, gracias a la angulación de su ábside; se entra por 5 arquivoltas, bordeada la primera por un festón compuesto por 10 lóbulos (2 x 5) y rematada la última por 10 cardinas. Sobre el portón, en lo alto de la fachada, se abren 5 óculos: 4 de ellos, simétricos, entre los pináculos que flanquean el arco de entrada, y otro a la derecha, ligeramente mayor.

    Pensando en el 5 como magnitud esotérica, manifestación trascendente de la naturaleza (los 4 elementos más el quinto que insufla la vida y los une a la corriente universal), cabe colegir el motivo de aquella construcción. En la Qabalah, el 5 está representado por la letra HE, que significa la esencia y la existencia y encarna el principio de la Luz Divina. Con ello, el 5 plasmaría lo lumínico/espiritual que formaba parte de los ideales sanjuanistas y que enlazaría con el Pentáculo o Sello de Salomón, que representa al Hombre Primordial (el Adam Kadmòn), imposible de concebir como ser aislado, sino como totalidad representada por la unión de la Pareja Trascendente que comparte el conocimiento: los hermanos del mito gemelar, los santos dióscuros. Además, el número 5 y la letra HE dan sentido al Pontífice de los arcanos del Tarot, con lo que casi es imprescindible pensar si acaso ese pontífice tarótico no será la imagen oculta de un Benedicto XIII, el papa secretamente esperado, del que se asegura que inauguró una dinastía pontificia en la sombra que aún subsiste en nuestros días.

    Abundando en la idea, acerquémonos a otro detalle presente en la misma capilla. Sobre el arco apuntado que remata la arquivolta exterior, se distingue el blasón con las barras cataloaragonesas y, sobre él, un yelmo labrado con la figura del Dragón Alado, que fue instaurado como signo de la dinastía de sus condes-reyes. Pero esa dinastía ya se había extinguido cuando se construyó la capilla, siendo sustituida por la casa de Antequera/Trastamara en la persona de Fernando I, después del Compromismo de Caspe, lo que significó la pérdida de una autonomía profundamente arraigada en el reino y el fin de un largo período de independencia ideológica frente a la incuestionable autoridad de Roma, período cuyas últimas consecuencias eran el reconocimiento de la autoridad del papa Benedicto XIII y la custodia del Grial.

    Significativamente, el Grial salió de San Juan de la Peña 25 años antes de que se comenzara a construir la capilla de San Victorián; y esa cesión que permitió llevárselo al último rey de la dinastía originaria, Martín el Humano, se hizo por recomendación expresa de Benedicto XIII, como para reforzar el sentido más auténtico de su autoridad. En cambio, cuando Alfonso V lo dejó marchar a Valencia y quedó en custodia en su catedral, el Cáliz sagrado pasaba tácitamente a depender de la autoridad romana en la persona de sus obispos.

    Ya hemos tenido ocasión de comprobar las vicisitudes por las que pasó el Grial durante su estancia en aquella comarca del Norte de Aragón. No es gratuito, en este sentido, reconocer las razones que llevaron al geógrafo musulmán El Idrisi a nombrarla como El País del Templo. Ni deja de ser significativo que, tanto en crónicas contemporáneas francesas como en documentos aragoneses de la misma época, se nombrase a Alfonso I el Batallador -el gran favorecedor del monasterio, donde algunos aseguran que murió tras la derrota sufrida en Fraga- como Anfursus o Anforz, precisamente el mismo nombre por el que se conoció en los poemas artúricos a Anfortas, el llamado rey del Grial o Rey Pescador o Rey Pecador. La voz popular, inspiradora de mitos, aseguraba que el monarca se escondió en este monasterio, ignorado por todos, esperando la hora de su gloriosa reaparición.

    Es un hecho que creo indiscutible: la presencia de un Grial físico y palpable en el monasterio de San Juan de la Peña fue uno de los grandes detonantes que propiciaron que la vía compostelana se encauzase por el camino que venimos siguiendo. Y tampoco puede dudarse que esta circunstancia hizo del cenobio meta de muchos peregrinos, que gustosamente se apartaban del Camino estricto para acercarse a él y sentir de cerca la presencia natural y material de un mito que había comenzado a echar raíces en la conciencia mágica del Occidente europeo y que, aunque las leyendas lo situaran en un enclave impreciso y casi inmaterial, podía ser visto y sentido allí, con todas sus consecuencias trascendentes.

    Al monasterio llamado Nuevo se accede siguiendo la carretera que nos trajo hasta el Viejo. Se encuentra en la explanada de la cumbre del monte Pano, ocupada antes por un castillo que ya sólo existe en la memoria. El mismo monasterio, aun calificado como nuevo, se encuentra en estado ruinoso, con restos de dependencias esparcidos por toda la explanada. No hay nadie en él desde la Desamortización (1835), pero ya era inhabitable desde que las tropas del mariscal Suchet lo depredaron durante la campaña napoleónica (1808).

    Algún día convendrá estudiar el encono que tuvo este mariscal francés hacia los lugares griálicos. Las explicaciones primarias que se han dado no satisfacen. Se habla de una operación de castigo en persecución de los guerrilleros -que comenzó aquí y terminó en el monasterio de Montserrat-, en que ambos cenobios fueron destruidos. Los testimonios de esta campaña, sin embargo, nos remiten a la búsqueda de algo, que presumiblemente no fue hallado en ninguno de los dos monasterios, pero que hizo que los franceses rebuscasen en cada rincón de ambos, sin dejar mueble ni bodega ni altar por destrozar. Dicen que lo que buscaba era botín, o escondites de guerrilleros, pero es sospechoso que Suchet se cebase precisamente en estos dos cenobios, abandonando el asedio de otros que podrían haber sido igualmente sospechosos. A no ser que convengamos en que ambos formaban parte de la tradición griálica penínsular, que alguien, en Francia, pretendía destruir.

    Lo poco que hoy cabe del conjunto del monasterio Nuevo, que sólo fue grandioso por el gigantismo de su estructura barroca, se encuentra en la fachada de la iglesia abacial, en la que los constructores, aunque tardíamente, trataron de aplicar fórmulas tradicionales sin tener conciencia de su auténtico significado. Allí aparece el esquema de la pirámide y el del laberinto, en sus variantes circular y lineal. Y Pedro Onofre, un escultor de segunda fila, colocó en la hornacina de la fachada la imagen de san Juan Bautista, y las de san Benito y san Indalecio en las laterales. Precisamente el cuerpo del bendito Indalecio constituía una de las reliquias favoritas de los monjes pinatenses, que para conseguirla no dudaron en mandar a tierras lejanas a dos monjes del cenobio, acompañados por un peregrino mozárabe murciano, que se prestó a ayudarles en su empeño.

    La alucinante aventura de la traslación de los restos de san Indalecio merece que nos detengamos en su relato. Y no sólo porque aquel santo era uno de los Siete Varones Apostólicos legendarios discípulos de Santiago, sino porque su presencia en San Juan de la Peña quedó marcada por una sucesión de prodigios que sirvieron para solaz de devotos. El cuerpo, según supieron los monjes a través del caballero murciano, se encontraba en Urci, junto a Almería, y se había aparecido a la comunidad pinatense expresando su deseo de reposar entre los muros del monasterio. Gracias a las informaciones obtenidas y a unas llamas milagrosas, el sepulcro fue localizado y, con el cuerpo a cuestas, se inició un lento viaje de regreso lleno de señales celestiales y milagros que hicieron que la llegada al cenobio oscense se convirtiera en acontecimiento sonado, al que asistió personalmente el rey Sancho Ramírez.

    Curiosamente, esto sucedía en 1085, catorce años después de que el cardenal Hugo Cándido desautorizase en aquel mismo lugar el rito mozárabe del que, en cierta manera, el santo cuerpo recién traído era altísimo representante.

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