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Muy próximos a nuestra meta, el Camino llega al Monte do Gozo, tras dejar atrás las numerosas aldeas dispersas entre bosques de eucapliptos y el aeropuerto de Labacolla, y surgen ante nosotros las torres de la Catedral.
‘Guía práctica del peregrino’
JOSE MARÍA ANGUITA JAÉN
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Desde el albergue de Arca do Pino se retrocede 200 m y se cruza la carretera N-547, para pasar por Burgo, Arca (Pedrouzo) y San Antón. En Amenal (km 15), se atraviesa un puente y la carretera, y se continúa a través de la vegetación hasta Cimadevila, desde donde se asciende por un camino forestal rodeando el aeropuerto de Labacolla. En el mojón del km 12 aparece la carretera N-544, junto a la que se desciende hasta pasar un arroyo y poco después se atraviesa hacia la derecha para tomar el desvío a San Paio. Al salir de esta población se inicia un camino que cruza una carretera y con el que se entra en Labacolla. Se baja hacia el río Labacolla, y una vez pasado, se salva de nuevo la N-534. Y se comienza a ascender por pista asfaltada, pasando por Villamaior y, más adelante, junto a los estudios de la Televisión de Galicia y la TVE, y una fábrica de maderas. Tras la aldea de San Marcos, asentada en el mismo Monte do Gozo, y junto a la capilla de San Marcos (y al monumento que conmemora la visita de Juan Pablo II), por fin se divisa la deseada meta de Santiago de Compostela.
Un ligero descenso lleva a las inmensas instalaciones habilitadas para la acogida de peregrinos y se continúa por la Rúa do Gozo. Junto a la carretera N-544 se pasa por un puente la autovía A-9, la corriente del río Sar y la vía férrea. Ya en Santiago de Compostela, entrando por el barrio de San Lázaro, se pasa junto a su capilla, prosiguiendo por el polígono de Fontiña, el barrio dos Concheiros, y la Rúa de San Pedro. Desde la Porta do Camiño se toma la Rúa das Casas Reais y das Animas para alcanzar la plaza de Cervantes. La Rúa de Azabachería y la Vía Sacra conducen a la Catedral de Santiago.
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EXPERIENCIAS PEREGRINAS
1.
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2.
01.04.04. Jueves. Pedrouzo–Santiago (915):
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Ha llovido mucho toda la noche, pero la mañana prentaba algo de azul, alguna esperanza de buen día. Pero en estos últimos kilómetros me puede caer lo que quiera. Son muchos días, semanas, aguantando lo que me echen como que ahora me rinda el mal tiempo o cualquier otra dificultad. Me encuentro cámaras de la televisión gallega en los bosques haciendo tomas de los peregrinos. No preguntan, nos dejan caminar en recogimiento, con la alegría interior de llegar, de estar a un paso de alcanzar nuestro pequeño sueño. Las nubes se han ido formando, un gélido viento ha empezado a azotar las ramas y mis orejas. El sabañón me duele pero nada me parará ya. Comienza a llover, fuerte, con rabia. Santiago nos pone la última prueba. Si esto sigue así sólo van a llegar los del mismo centro de Bilbao. Un tremendo rugido me sobrecoge. Un avión pasa sobre mi, bajísimo, al pasar por la cabecera del aeropuerto de Lavacolla. Todo es desapacible y desagradable, pero la paz está en nosotros. Y el paso se acelera sin querer. Es la ilusión por llegar, por abrazar a Santiago. No sé si es lluvia o lágrimas lo que tengo en la cara cuando veo las torres de la Catedral desde el Monte do Gozo, horrible lugar donde los haya.
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Extático, camino bajo una persistente lluvia. Los truenos resuenan en el valle, los rayos iluminan la oscura mañana. El granizo comienza a caer, fuerte, duro, gordo. Me machaca las orejas. Una ya no la siento. Sin gafas veo mal, pero la alegría me dirige hacia mi meta. El Camino está blanco, el hielo ha cuajado y me recuerda mi salida de Roncesvalles cuatro semanas atrás. Cuántos días para llegar aquí. Cómo ha merecido la pena. Como un maratoniano que ve la meta después de tanto esfuerzo alcanzo yo la Puerta do Camiño. Un semaforo en rojo y alguien que me lo indica, detienen mi impetu y me serenan. Llego a la parte histórica de la ciudad y todo está en calma, como en mí. Es la hora de comer, he calculado bien, voy a llegar en el mejor momento, sin nadie ante Santiago, solo Él y yo, mano a mano, a escuchar lo que ha de decirme.
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* Plaza del Obradoiro
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Plaza Cervantes, Rua Xelmirez, Quintana, la Catedral al fín. Es Año Santo y la Puerta Santa está abierta, pero me voy al Obradoiro y subo las escaleras.
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Entro por el Pórtico de la Gloria.
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*enlace: Camino Mágico
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Tengo el corazón en un puño, como otros miles de peregrinos que han pasado antes por este trance. Las lagrimas, que esta vez no son gotas de lluvia, se desbordan de mis ojos. Entro y no puedo avanzar mucho. Me quedo clavado antes de llegar a los bancos.
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Y escucho.
Escucho a Santiago, a mi corazón, a un mundo recogido en un instante solemne y glorioso.
El órgano comienza a sonar y el alma se me va.
Permanezco mucho tiempo así, encogido, recogido en mí.
Una luz ante mis ojos, un flash de unos turistas haciendose fotos me devuelve a la realidad. Me levanto y le doy un abrazo a Santiago. Le han quitado la capa de metal y cristales y parece más humano, menos frío. Bajo a la cripta y no puedo evitar que la emoción me sobrecoja de nuevo.
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Poco a poco vuelvo en mí y dando una pequeña vuelta por esta extraordinaria Catedral salgo por la Puerta Santa a la Luz del día. Me acerco a la oficina del peregrino en donde me conceden la Compostela «Pietatis Causa/Vicarie Pro» He de hacer uso del pañuelo, digo que ando con catarro.
Y salgo a la calle, a la luz de mi meta.
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– Diario de ALFONSO BIESCAS, Marzo/ 04 –
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3.
22 octubre 2005
Hace un año
Es seguro que hoy se cumplen millones y millones de aniversarios, tantos como recuerdos hay en el mundo.
Hace un año, despertaba de un sueño muy reparador en una litera del Seminario Mayor de Santiago de Compostela, en una gran sala dormíamos peregrinos que acabábamos de llegar al centro de nuestro reto, de nuestra promesa, de nuestra prueba de amor.
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Al abrir mis ojos me encontré con una estampa preciosa, amanecía y el sol iluminaba las piedras de cantería de la Catedral, el cielo entre grises y azules claros que querían abrirse paso. Cantería, pizarra, musgo, árboles y los pájaros despertando al día. Amarillos, grises, verdes, blancos, azules y negros, colores que me recordaron de que formaba parte. Sentí una alegría inicial por la belleza que presenciaba y en un espacio corto de tiempo llegó una sensación de pena, una pena llena de mezclas distintas provocadas por varias circunstancias. Momentos de despedida, momentos de reencuentros, momentos de vacío por no saber en qué dirección caminar, había llegado a Santiago.. ¿y ahora qué?. Satisfacción personal, vivencias increiblemente llenas en amor, belleza y sacrificio.
Hoy hace un año, gracias.
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4.
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… y que bonito es todo cuando ella se lava el pelo, pero amanece y si subes la cuesta a la ermita de San Marcos es que ya has bordeado el aeropuerto de Lavacolla y ya hueles la Puerta Santa: cuando acaba la cuesta a la derecha de la ermita de San Marcos se adivinan entre nieblas raras las agujas de la catedral y lloras, es ahí, pero hoy no llegas a misa y paras y duermes en el monte del gozo donde las peregrinas bailaban descalzas en un barracón con música y…
y Thomas se volvió en Burgos y me invadió la tristeza; Claudia debió quedarse, al no soportar su frágil tobillo roto y el rigor del camino no me dejó quedarme con ella unos días aunque ella lo deseaba (y yo también) pero eres camino como una parte del paisaje, como los insectos o las piedras, como el pedrisco o el barro, no eres nadie y eres parte del paisaje y nunca eres tan feliz que cuando ya has olvidado hasta tu nombre sigues caminando y eres una gorra y un garrote tan sólo un peregrino, que llegando a Astorga los turistas los llevan en autobuses a vernos pasar y nos hacen fotos; y calas la gorra y pasas, y no es una pose simplemente sabes que…
…. pero aparece un recuerdo de algo que no hiciste y quizá debías haber hecho pero sabes que nada tiene importancia porque no eres nadie solo eres un peregrino que arrastra una pierna, se toma medio litro de coñac en un bar frente al palacio de congresos de Santiago a solas porque tiene miedo de acabar, porque el dolor es muy agudo pero no quieres acabar, porque bajas las escaleras de la plaza de la Quintana…
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*enlace: A Santiago en Monumentos
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…y entras por la Puerta Santa demasiado rápido te ves tras el apóstol y le dices: jefe soy yo. Vuelvo a casa, vuelvo al camino, y sólo tú sabes porque lloras, solo los peregrinos nos reconocemos por el color el aspecto y el placer y el desconcierto: mañana no hay nada que caminar
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*enlace: Camino Mágico
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¿Qué haremos ahora? ¿en qué consistía la vida? Que se hace, que se vive ahora, donde está la realidad, sentado en las escaleras de la puerta de platerías a las siete treinta y pero aun no las ocho el sonido de un arpa inundaba ese amanecer en Santiago de un peregrino ya cumplimentado ante el apóstol, un arpa llenaba todo y apenas pasaba nadie porque aun era muy temprano y ese momento esa escalera y esa calle, y decides que bueno habrá que comer algo y entras a la cafetería y la casa Rusia te espera sin haber quedado pero los dos sabemos que nos espera y qué nos espera y entonces comes algo como si fueras normal aunque en esa ciudad no estorban peregrinos zarrapastrosos y sosegados y sales y vuelves a la catedral y los japoneses te hacen fotos, e intentas disimular como si fueras un turista pero se te nota, de largo se nota quien ha peregrinado y quien es un turista, pero te plantas siempre y no sabes como de alguna manera cerca del Apóstol, en la plaza la Quintana o alrededor, nunca te alejas, era el objetivo, y lo has cumplido aunque sabes que ni era el objetivo ni has cumplido nada; ahí está la Puerta Santa y los turistas disfrazados diciendo que son peregrinos con horas de autobús hacen cola creyéndose iguales a los peregrinos que hemos caminado desde Roncesvalles a Santiago desde el siglo nueve hasta el futuro y hemos cruzado la puerta santa sabiéndolo
Que es paz y es piedra
El fin del camino.
Un gesto adusto, un andar tranquilo
Un no saber que hacer e intentar encontrar otra vez el camino para poder seguir pero las moraduras se fueron y el tobillo duele ahora como jamás lo había hecho y la realidad te espera si es que existe y vienes y vas y es deplorable, lamentable, execrable pero sabes que aunque caiga granizo llueva o haga sol hay que seguir andando hasta el final que entonarás nunc dimittis cuando corresponda y nada más, y sigue la vida y el camino es tu lugar en tu cabeza al que siempre retornas y te encomiendas
Como una oración.
– Escrito en la bitácora de IGNACIO TOMÁS –
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11.
Lavacolla–Santiago de Compostela
Me duché y bajé a desayunar. Allí estaba el matrimonio inglés, que se despidió hasta Santiago. Ellos ya habían desayunado y se les veía felices. Entraron otros peregrinos, que me preguntaron si el bar estaba abierto; por supuesto que sí, les dije. Ellos pensaban que sólo servían desayunos a los huéspedes del Hostal.
Pedí la nota y subí a recoger mi equipaje.
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Con mi marchamo de peregrino superé nuevamente la escalera del Cementerio para ir por el lateral en busca del inicio del Camino. Por detrás de una casa, salvé el regato de Lavacolla, lugar en donde los peregrinos se lavaban de pies a cabeza e inicié la subida al Monte del Gozo. Al ser todavía temprano, iba sólo en la ascensión, soledad que me permitió entablar el diálogo amistoso de cada día con mi buen Dios. El Camino es muy estrecho y cerca de la ermita de San Roque, tuve que meterme en el umbral de una casa para dejar paso al camión de la leche; este pasó a menos de veinte centímetros de las casas. En unos tres cuartos de hora coroné la cima (368 m) de Montjoy, Monxoi o Colina de San Marcos, que todos estos nombres tiene.
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*enlace: A Santiago en imágenes
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El arzobispo Gelmírez mandó construir en lo alto de este monte una capilla, dedicada a la Santa Cruz, a la que se iba en peregrinación desde Santiago. Hoy existe una ermita de San Marcos. Antes de llegar, por las instalaciones de TVE y en dirección hacia mí, vi que dos peregrinos se acercaban; uno de ellos era Luigi. Iban a los Estudios para que le hicieran una entrevista. Quedamos en vernos en Santiago. Crucé el poblado de San Marcos y subí al monumento, erigido con ocasión de la visita de su Santidad, Juan Pablo II en agosto de 1989.
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Después comencé el descenso; a mi izquierda quedaban los edificios de acogida a los peregrinos, el equivalente a los Albergues, pero de enormes dimensiones. Ya casi entrando en la Ciudad, el Camino baja hasta el pavimento de sus calles a través de unas escaleras.
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*enlace: A Santiago en imágenes
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Quizás, una vez conseguido mi propósito, la superficialidad de la vida y la rutina del trabajo borrarían de mi alma todas las vivencias y objetivos espirituales, logrados en el esfuerzo diario de mi caminar. Por otra parte, el vivo deseo de alcanzar la meta, unido a la angustia de que me faltaría tiempo para subir a dar el abrazo al Santo, adquirir la Compostela, asistir a la Misa del Peregrino, etc., me inquietaban y mermaban la alegría ante la proximidad de mi llegada a la meta. No me cabe la menor duda de que era una tentación del enemigo, que ya veía próxima su derrota.
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Según avanzaba por la Avenida de Concheiros, la rúa de San Pedro, me sentía sólo, como un ser extraño en aquel mundo que me rodeaba. Mis ilusiones y proyectos los tenía puestos en otra dimensión.
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Con estos pensamientos andaba cuando de pronto encaré la Puerta del Camino. Por primera vez vi asomarse las torres de la Catedral. Podía haberlas visto desde la carretera en lo alto del Monte del Gozo, pero la niebla lo impidió.
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La Porta Francígena, que así también la llaman. Aquí me sentí seguro y comenzó a vibrar mi alma de alegría. El elegante crucero de Bonaval, conmemorativo del peregrino, en cuya ayuda acudió la Virgen dándole una muerte súbita, sin tener que pasar por la horca a la que fue condenado. La calle de Las Casas Reales, la calle de la Azabachería, la Vía Sacra y por fin la Plaza de La Quintana, frente a la Puerta Santa.
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*enlace: Primi
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Eran las 10,30 de la mañana, y preferí dirigirme primero a la Oficina de Acogida del Peregrino. Había una gran cola para la formalización de la Compostela. Dejé mi mochila, bordón y sombrero a la entrada y en la escalera esperé mi turno durante una hora. Hechas las oportunas anotaciones, sellado y firmas, me la entregaron. Cuando me levanté para salir de la oficina apenas podía pronunciar palabra; todo yo estaba embargado por la emoción. A mi derecha encontré a Franca, quien, también emocionada, quiso acompañarme a dar el abrazo al Santo.
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*enlace: impactantes imágenes de la Catedral
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Entré por la puerta de Platerías y me dirigí derecho a la Sacristía. Allí me saludó con mucho afecto el encargado del Botafumeiro.
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*enlace: Primi dándole un abrazo al Santo
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Me pidió que, después de Misa, volviera porque quería conocer cómo me había ido todo. Al suceder todo esto, tan inesperado y rápido, perdí de vista a Franca, que con tanta ilusión quiso acompañarme. Lo malo es que ya no la volví a ver más. No tengo palabras para expresar lo sentido en el momento de abrazar la imagen del Apóstol.
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*enlace: A Santiago en Monumentos
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Eché mi limosna penitencial y la de dos gemelas de Madrid, que me hicieron esa encomienda. De nuevo en la Sacristía, pasé a un cuarto oscuro en el que me cambié de camisa y dejé toda mi impedimenta.
Me confesé para ganar las indulgencias, que no el Jubileo, como muy bien me aclaró el confesor. Entré en la Capilla del Santísimo, que estaba solemnemente expuesto y caí de rodillas de suerte que volvieron a abrirse las heridas de mi pierna y sentí un agudo dolor; aproveché para ofrecerlo junto con los sacrificios de la Peregrinación. Allí di gracias a Dios por su infinita Misericordia y Amor. Pedí por todos, creo que no dejé de pedir por ninguno de mis familiares, amigos y enemigos. Por la Asociación de Peregrinos de la Iglesia, por el Papa, por la Iglesia, por los sacerdotes, por las vocaciones religiosas y sacerdotales.
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Antes de comer busqué dónde hospedarme, ya que mi intención era regresar a Madrid al día siguiente. En la Plaza del Obradoiro me encontré con Enrique, el presidente de Amigos del Camino en la Rioja. Me había estado buscando, porque mi amigo el peregrino había tenido que marcharse y le había dejado el recado de que me buscara y me diera una nota escrita en dos pequeños trozos de papel. Con respeto y emoción la leí: Siento no poder decirte Zorionak; has hecho el Camino en solitario, quizás lo más duro ha sido tu soledad. Pero piensa que esa soledad, te acercará a Mercedes, […] a todos los que te quieren, que serán muchos; a mí también me conquistaste una parte de mi corazón. Que el Santo te bendiga, te de paz y felicidad. ¡Ezkarrikasko! Tu compañero de peregrinación.
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¡Muchas gracias, compañero!; en ningún momento me he atrevido a llamarte por tu nombre, porque nuestro encuentro tuvo tanto de providencial, que sólo Dios, tú y yo lo conocemos, y sólo ha de servir para darle gracias y ofrecerle nuestras vidas en correspondencia por su Amor.
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*enlace: Monasterio e Iglesia de San Martiño Pinario (Pl.de la Immacula, 5, justo al lado de la del Obradoiro):
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Encontré alojamiento en el Hostal de San Francisco. Después de asearme y, con esa sensación de misión cumplida, volví a la calle. Paseé, tranquilo, sin prisas, nadie me esperaba; además, mi visita turística carecía de interés, ya que todo lo monumental y típico de Santiago, en repetidas ocasiones lo había visitado sólo y con mis amigos.
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*Web: Arte Medieval
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En la Rúa de Villar me senté en una terraza y tomé un plato combinado. Por la tarde volví al Hostal a descansar, leer y recopilar las notas de mi Camino. A las cinco de la tarde fui a hacer un buen rato de oración a la Catedral. Al salir a la Plaza los gritos de ¡abuelo!, ¡abuelo peregrino! me llenaron de alegría. Ahí estaban mis nietas. Todas, en grupo, alegres y felices, llenando de juventud las Rúas y las Plazas de Santiago.
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Charlamos un rato y luego se fueron para estudiar cómo volver a sus casas. Perece que lo harían en tren.
Yo les dije que lo más seguro era que regresara en avión, aprovechando el descuento de Iberia. Ahora me disponía a hacer la gestión. Me dirigí a una oficina de Viajes. Me atendió una señorita amabilísima, que me cerró el vuelo IB-559 para el sábado 23 a las 20,55 h en las condiciones pactadas para peregrinos, que acrediten la Compostela. A continuación, busqué una cabina para comunicárselo a mis hijos. En el Hostal se había hospedado, también, una de las parejas de jóvenes peregrinos con los que coincidí en varios tramos del Camino; se alegraron mucho de verme y de que hubiéramos coincidido incluso en la elección del Hostal. Ellos estaban encantados.
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*enlace: A Santiago en imágenes
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Yo les dije que ya lo conocía de otras ocasiones. Nos despedimos por si al día siguiente no tuviéramos la ocasión de hacerlo. En mi habitación, traté de reunir todas las vivencias de estos días. Eran muchas, demasiadas… y el cansancio, unido al relajamiento propio del término de un proyecto, me sumieron en un profundo sueño.
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Sábado 23 de agosto: Santiago–Madrid
A las diez de la mañana fui a desayunar, donde solía hacerlo siempre. Sentía una gran nostalgia y este día, a pesar de haber amanecido luminoso y alegre, iba a ser muy largo hasta la hora de coger el avión. Dejé mi equipaje en el Hostal y liquidé mi cuenta.
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*enlace: Camino Mágico
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Mi primera visita fue a la Catedral y allí me quedé ante el Apóstol en oración y en un buen puesto para la celebración de la Misa del Peregrino. Subí de nuevo a dar un abrazo al Señor Santiago; bajé a la cripta y oré frente a su tumba. No sabía salir del Templo.
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*enlace: Camino Mágico
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Visité todas las Capillas y en todas hice mi oración, según lo que me sugerían las imágenes y los recuerdos.
Cerca de las dos de la tarde paseé buscando dónde comer. Todos los Restaurantes estaban llenos; por fin, en el Mesón A Charca vi que, al fondo, tenían mesas en una terraza. Esto me animó y allí comí; fue una comida de capricho: pimientos de Padrón, caldo gallego y sardinas asadas.
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Después fui por la Alameda a tomar café y a pasear por los jardines de la Herradura.
Era hermoso disfrutar de esa panorámica de la ciudad, que paso a paso -unos 600.000 pasos-, gané a los pies del Apóstol Santiago. Una y otra vez paseé mi vista sobre tanta historia amalgamada, su configuración y su entorno, hasta los valles de la Mahía y del Ulloa. Quería que esta imagen perdurase en la retina de mis ojos y en lo profundo de mi ser. Bajé al Hostal y me calcé, una vez más, la mochila, pero el bordón y sombrero se quedaron ahí para dar servicio a quien pudiera precisarlos. Por la Rúa Nova, lentamente, caminé hasta la c/ General Pardiñas. De ahí salía el autobús, que me trasladaría al Aeropuerto.
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En la acera de enfrente, a la sombra, había un carrito de helados; compré uno de limón. Sentado en la acera lo saboreé. Al poco llegaba el autobús. Una gran nostalgia embargó mi alma. No sabría, a punto fijo, definir su causa. En fin, con el paso del tiempo, el análisis tranquilo de mi hazaña iría descubriendo los frutos que la simiente divina fue depositando en lo profundo de mi ser. El Camino fue el tiempo y el espacio, posiblemente el terreno abonado, para que el divino Sembrador hiciera su trabajo. El avión se retrasó una hora en salir; no me importó nada. Tan sólo pensaba en que mis hijos estarían impacientes. Yo, desde luego, todo lo contrario. Ya, en el avión, recé y, durante el viaje, empecé a sentir ganas de verme en Madrid. No sabía quién o quienes me estarían esperando, pero me urgía el poder abrazarles a todos. Al llegar, todavía tuve que esperar más de veinte minutos hasta que pudimos recoger el equipaje y salir. Todos, estaban todos, hasta Fernando. ¡Qué alegría tan inmensa! A todos quería abrazar y besar y me faltaban brazos, manos y boca para conseguirlo. Me encontraron bastante bien de aspecto; pensaban que vendría delgado y agotado. Marcos me cogió la mochila y dijo que pesaba mucho. Me miraban y yo, como un niño, gozaba y andaba al ritmo del Camino. Me gritaron: ¡pero dónde vas tan deprisa! Yo ni me daba cuenta. En casa, habían preparado la recepción con bebidas, canapés y otras lindezas. Querían que les contara mi aventura.
Hablé y hablé, pero eran tantas las cosas vividas durante el Camino que les prometí poner por escrito el Diario, cuyas notas traía en borrador. Algún día se lo dejaría para que lo leyeran y se animaran.
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A partir de ahora ya no es mío, sino de todo el que, sinceramente, desee pasar de lo trivial a lo importante, de lo superficial a lo profundo, de lo rutinario a lo sublime.
– Diario de JUANJO ALONSO ESCALONA, Agosto/ 1997 –
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12.
ENCUENTRO ESTA PÁGINA QUE (CON SUS IMÁGENES) ME ACLARA TODO AQUELLO QUE ANDA NUBLADO AÚN…
LA WEB SE LLAMA RINCONES DE SANTIAGO Y ES MUY INTERESANTE:
ESPACIO RESERVADO
ESPACIO RESERVADO OTRO
FRAGMENTO DE IACOBUS DE MATILDE ASENSI
OTRO FRAGMENTO DE IACOBUS DE MATILDE ASENSI
FRAGMENTO DE ‘PEREGRINATIO’ DE MATILDE ASENSI
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GUIADOS AL ENTRAR EN SANTIAGO DE COMPOSTELA POR UN SANTIAGUÉS
El Camino entra en tierras de Santiago de un modo muy contradictorio: lo buscado es inminente y la presencia intuida ilumina cegadoramente estos últimos kilómetros, sin embargo, el recorrido, aunque tiene algunos tramos hermosos, es una travesía por los lugares más brutales, más sin aura y más característicos de la contemporaneidad. Primero se cruza un nudo de tráfico y una autovía en el borde del mismo aeropuerto de Lavacolla, más adelante están las instalaciones de TVE en Galicia y TVG, y un cámping-whisquería. El día es nublado y la mañana es fresca y buena para caminar. Ha reaparecido fugazmente la flecha amarilla, seguimos por una pista bordeada por chalets que adornan sus rejas con la vieira. Dos perros miran pasar en silencio a los peregrinos.
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MONTE DE LA DECEPCIÓN
Nos acercamos al monte do Gozo y nos recibe una señalización triunfalista y enorme, adecuada para los coches en una autopista obscena para la humildad del peregrino. Coexisten las flechas amarillas pintadas con los ostentosos paneles. Caminamos por un rueiro de casas y llegamos adonde estuvo siempre la antigua capilla de San Marcos, una capilla emblemática desde donde los peregrinos divisaban las torres de la catedral. Hoy la capilla está anulada por un cercano adefesio gigantesco que conmemora la visita del papa Juan Pablo II, que concentró allí a muchísimos jóvenes de toda Europa en el año 93. De todos modos ya no se puede ver la ciudad porque en la finca justo detrás de la capilla se levantan unos altos eucaliptus y detrás de ellos un chalet.
Seguimos ahondando en la decepción, más adelante está el inmenso complejo hostelero construido en este monte que fue tan significativo, una parte de él está destinado a albergue, tras setos y alambre, al fondo de la cuesta está la puerta, una gran explanada de asfalto, no vemos adónde nos dirigimos. Un letrero en medio de la explanada nos indica que debemos subir por unas escaleras toda la cuesta que acabamos de bajar; el peregrino debe subir ahora con la mochila hacia lo alto, donde está la recepción del albergue. No cabe duda de lo que piensan de los peregrinos la gente que lleva este albergue. No cabe duda que los peregrinos no son rentables, estorban.
No hay nadie en la oficina; sobre la mesa está el sello del albergue. En el tablón nuevos recados de unos peregrinos a otros, un recorte de un hombre que dice ser un judío superviviente de Auschwitz que ha caminado 600.000 kilómetros.
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Llegan tres chicas de León a sellar, una se queja de alguien que ya no es un crío y que siempre se está quejando. El joven aludido está sentado en un banco allá abajo en el comienzo de la cuesta. La superioridad de las mujeres es tan rotunda que puede resultarnos humillante.
Dejo el empleado ofendido por el desprecio hacia los peregrinos, me siento algo compensado por la gente que atiende allí la oficina de una asociación de productores de miel gallega, que me obsequia un tarro. Nada como la miel, destilado de poder que circula por las arterias y llega a los músculos de las piernas. El pobre joven incapaz de subir la cuesta sólo precisaba la miel.
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ENTRADA DESCORAZONADORA
En adelante es una dura prueba más a la que se sobrepone la ilusión del peregrino, caminar a través del estruendo de la bestia, el tráfico intenso y hostil. Pasamos delante del Palacio de Exposiciones y Congresos, de un hotel nuevo, muestras del nuevo Santiago en que se ha transformado la Ciudad antigua repentinamente en los últimos años. Pero ya no hay flechas amarillas ni tampoco algún tipo de señalización institucional, el peregrino está descorazonado y simplemente le queda seguir como un carnero obstinado hacia adelante.
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Llegamos al cruce del antiguo barrio de Concheiros, donde les vendían conchas a los peregrinos, que hoy es un río de coches que no sabe bien por donde vadear. Al final cruzamos y sigue sin haber ninguna indicación del Camino, tenemos que apelar a una guía, a preguntar a un vecino, en mi caso yo soy el vecino y me digo que el Camino sigue por la rúa de San Pedro.
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ACOGIDA DE LA CIUDAD
Este tramo que hemos pasado era la última prueba, en adelante bajando por la rúa de San Pedro la vieja ciudad nos va acogiendo dentro, y empezamos a experimentar una consolación y una gran melancolía.
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Estamos en la antigua ciudad, un dibujo laberíntico de piedra que protege un secreto. La ciudad que nació por designio de una estrella.
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Una joven de frente con una camiseta que anuncia la Expo 98 y camina con orejeras de walkman encarna lo contrario de lo que es peregrinar: ella representa en estos momentos una zombi que gusta de errar por espacios inexistentes. Llegamos al cruce de la Porta do Camiño y accedemos a lo que era la ciudad antigua tras los muros.
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Ascendemos por Casas Reais, a nuestra derecha está la iglesia de las Ánimas, una devoción muy extendida en el país. La iglesia está cerrada, en la fachada las imágenes de gente en llamas con mirada eternamente suplicante al cielo. La plaza de Cervantes, donde estuvo el antiguo barrio judío, y bajamos por la cuesta de la Acibechería, donde trabajaba el gremio de acibecheiros, orfebres que trabajaban el azabache, carbón durísimo al que se atribuían poderes benéficos, en que tallaban pequeñas imágenes jacobeas.
El peregrino entra en la catedral no por la entrada triunfante e impresionante de la plaza del Obradoiro, ni siquiera por la hermosa de las Platerías, el otro gremio tradicional de orfebres, sino por la de San Martín Pinario, que comparada con la otras parece casi una sombría puerta trasera.
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MORIR Y RENACER
Por ese lado, buscando bien un ángulo, aún podemos ver sobre los tejados del templo la Cruz dos Farrapos, una cruz germana de hierro donde se colgaban los viejos harapos de los peregrinos y se quemaban, un rito de ese final del Camino iniciático; se extinguía la vieja salida y se renacía a una nueva con ropas nuevas.
Cuando es Año Santo en cambio se entra por la Quintana, la plaza tiene dos partes, de vivos y de muertos, ya que una parte fue cementerio. En un lado de la catedral en esta plaza está la Puerta Santa clausurada con un muro de ladrillos que es abierto a golpes de pico y martillo simbólico y duro al comienzo de cada Año Santo, cuando el 25 de julio cae en domingo.
Traspasar el umbral de esta puerta es parte del ritual de absolución de los pecados por la Indulgencia Plenaria. Pero sobre todo es el mejor símbolo de morir a una vida y renacer a otra nueva. Los peregrinos, como Lázaro, son renacidos.
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EL PODER DE LA MUERTE
No es coincidencia que en el final de este Camino iniciático, de muerte y resurrección, esté el sepulcro de un santo muy taumatúrgico. Un santo que a veces mata y a veces da la vida. Son frecuentes los milagros atribuidos tanto de resurrecciones como de muertes. Es un santo fuerte y terrible el de este sepulcro.
El poder de un sepulcro, la llamada de la ceniza. Peregrinar para llegar al final, la tumba, la ceniza. Y ese final es el que permite renacer a una vida nueva. La esperanza puesta en el polvo de los muertos. De eso trata el argumento de la peregrinación a Santiago. De que hay muerte y de que hay esperanza.
Por eso el Camino de Santiago es una propuesta al nihilismo de nuestro tiempo que nos dice que esto es lo que hay, y consume y calla, que no hay sentido ni trascendencia. Que nos dice que sólo hay presente, un presente agotador, que no hay ayer ni hay mañana, que no hay futuro.
El Camino es un viaje de vuelta al origen, y en el origen están los muertos que han vivido antes; está la muerte fecundadora de la vida. El Camino es para los cristianos una nueva oportunidad y también una prueba en vida de que existe la vida eterna. Y el Camino es para todo el que lo haga un vía de religación con el mundo, con la vida, y la comprensión de que somos parte del mundo. El aceptamiento de la vida plena, terrible y maravillosa; y de la muerte como parte de la vida.
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EL PEREGRINO SE PRESENTA
La cuesta de Acibechería conduce hacia abajo a la plaza del Obradoiro por el gran arco del palacio de Gelmírez; bajo el arco toca un gaiteiro que acoge a su resonancia, toca impetuoso y elegante. El gaiteiro resultó ser gaiteira, una feminización gozosa la de esta figura que encarnó la virilidad del gallo; hoy el gallo del corral es una gallina.
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La plaza del Obradoiro nos hace naufragar, nadie como el peregrino sabe lo altas que son las torres de la catedral de Santiago. Nadie está tan a ras del suelo, en el centro de la plaza.
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Nos acercamos al hostal de los Reyes Católicos, lo que fue albergue y hospital de peregrinos es hoy un hotel de lujo. Conserva el compromiso de dar desayuno, comida y cena a los diez primeros peregrinos que lleguen cada día si lo reclaman.
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Damos la vuelta a la catedral, cerca de la entrada de Platerías, está la oficina del Peregrino, en el portal un impresionante montón de cayados que la mayoría dejan allí al llegar. Esos bordones, y los pies, han golpeado en la tierra mucho tiempo para despertarla y obtener de ella algo que faltaba al caminante; la tierra ya se lo habrá dado y ahora esos palos son mágicos y cargados de aura. ¿A dónde irán? Mejor que ardan en la noche de San Juan y se eleven en humo y se esparzan en ceniza.
En el primer piso sentados, o en pie agotados hacen fila para mostrar su credencial sellada a lo largo del Camino y obtener la Compostela, el documento que acredita haber hecho la peregrinación, entera o en parte. Un hombre y una mujer detrás de una mesa tienen tiempo aún de entregar algún plano de la ciudad, de dar indicaciones para alojamiento. De una habitación contigua sale el canónigo encargado de la peregrinación, va a oficiar la misma a las doce para los peregrinos. En ella nombrará el número de peregrinos que han llegado ayer y sus procedencias.
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LOS PASOS DEL SONÁMBULO
Los peregrinos están ahora como sonámbulos y desorientados: han llegado. Y sin embargo, estando alegres están melancólicos. Están débiles, abandonados de deseos casi, esponjados por la debilidad del esfuerzo realizado, reducidos casi a espíritu, espíritus debilitados. Y están también tristes porque el Camino se ha acabado: han llegado. Hacia adelante no hay más y tendrán que salir del Camino: han llegado. Y lamentan haber llegado, no quieren salir del Camino. Esa es la verdad, el peregrino no quiere abandonar el Camino, no quiere dejar de ser peregrino y volver a aquella vida que ha dejado.
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Pero volverá, tocado, transformado de un modo que no sabrá trasladar a palabras. Cuando le pregunten qué tal le ha ido no sabrá explicarlo, dirá vaguedades que traducen algo extraño de fondo, nada concreto. Quizá repita, quizá vuelva al Camino. En cualquier caso ya estará siempre dentro, porque ha sido tragado por el Camino, el dragón de estómago vertiginoso que también nos ha tragado a los que queriendo mantenernos al margen, haciendo un trabajo y viajando en coche casi siempre hemos llegado aquí por el Camino. Nos ha atrapado, nos ha hecho suyos. Y sabemos que estamos dentro porque tampoco queremos salir, no queremos volver a ser nosotros, aquellos que fuimos.
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BENDICIÓN
Bajo la hermosísima estatua del Rey David en Platerías un niño orina. Dentro del templo los peregrinos aguardan sentados a que comience la misa, es su misma. Tienen cara plácida y serena, sentados en silencio, países y razas más diversas. Botas sucias, mochilas arrimadas a los bancos, a las columnas. En la misa unos permanecerán sentados mientras otros se ponen de pie, otros estarán de pie mientras otros se arrodillan; son gentes casi todas de cultura cristiana aunque de diversas confesiones, muchos no practican ni conservan ya la fe de sus mayores. Pero están aquí en la misa que se han ganado y esperan recibir la bendición al final del Camino.
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La misa avanza, el canónigo tiene que interrumpirla para llamar la atención a los turistas que arman barullo al fondo en el Pórtico de la Gloria haciendo cola para los ritos paganos turísticos. Allí en la penumbra del Pórtico, la figura sedente de gran tamaño del Apóstol ocupa el lugar central, en Majestad, reservado tradicionalmente a Cristo o al Padre.
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Los peregrinos rezan el padrenuestro al mismo tiempo pero en idiomas diversos. En un momento dado el cura llama a tres peregrinos a que ofrezcan su peregrinación en nombre de los demás, habla un alemán, una joven de Barcelona que hemos conocido en el Camino y un joven brasileño que nos cruzamos a la salida de Villafranca del Bierzo. Nos había dicho que peregrinaba por razones culturales y espirituales, pero hoy aquí ha ofrecido su peregrinación a su hermano Daniel muerto un año antes. El peregrino suele traer equipaje oculto. Un peregrino se aleja cojeando con su muleta luego de recibir la comunión.
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El canónigo reclama la intermediación del Apóstol para derramar la bendición divina sobre ”vuestra peregrinación, vuestras intenciones, vuestras oraciones, vuestras vidas, vuestras familias, vuestras ciudades”, y desea finalmente un feliz retorno a casa.
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Los peregrinos se buscan para abrazarse y despedirse. Ayer han llegado algunos que se han conocido en el Camino, mañana y pasado llegarán otros que se han rezagado, quizá vuelvan algunos de los de hoy hasta aquí para encontrarlos. Pero el Camino se ha acabado y no se puede dejar de encarar que ahí fuera y delante espera la vida en el mundo.
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EL DEL SEPULCRO
Antes de salir de la catedral la mayor parte se mezclará entre los turistas para dar un abrazo a la figura del Apóstol y visitar la tumba bajo el altar mayor.
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¿Que quién está enterrado ahí? Pues el Apóstol, claro. ¿Quién es el Apóstol? Un decapitado, como Prisciliano, aquel cristiano condenado por hereje maniqueo por la propia iglesia romana y muy venerado en estas tierras; un decapitado, como el hijo del Zebedeo, hermano de Cristo, el Hijo del Trueno, muerto en Palestina. Traídos por sus discípulos ambos, según cuentan, uno desde Tréveris y otro desde Palestina. El Apóstol, el que sea, el que es, está ahí con su lección de esperanza para todos. Al final del Juego de la Oca. Para quien haya andado el Camino: para quien haya vivido en un sueño una vida entera y plena, vívida, en la frontera de la vida y la muerte.
También cuenta Tournay cómo se guarda el vino en España: »Hay la costumbre de meter el vino en pellejos de cabra cosidos, y por la pata de atrás se echa el vino dentro del jarro». Dos siglos y medio después, a mediados del XVIII, un sastre de la picardía, Guillaume Manier, corroboraba esta observación: »El método para guardar el vino es la pata del cabrón». Y añade: »El vino se sirve en cubiletes de madera. Uno de esos cubiletes lleno de vino vale dos ochavos y costaría a buen seguro diez sueldos en Francia». En Compostela, el viajero tendrá ocasión de ver la puerta del Vino por donde entraban en la ciudad los caldos de Ulla y de Ribeiro. La inscripción latina dice: »Perquam pretiosus Baccus venit ad urbem».
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